Artigo Revisado por pares

Conocía Pedro...

2009; Volume: 22; Issue: 43-44 Linguagem: Espanhol

10.1353/ntc.0.0077

ISSN

1940-9079

Autores

Jean Franco,

Tópico(s)

Political and Social Dynamics in Chile and Latin America

Resumo

Conocía Pedro... Jean Franco Conocí a Pedro en una conferencia sobre utopías en Diego Portales, el notorio edificio durante la transición, un tiempo ambiguo, un chiaroscuro en que todavía no había ajuste de cuentas ni clarificaciones. Pasaba aquella estancia en Santiago mirando videos de las Yeguas del Apocalipsis, filmados durante la dictadura y marcando los cambios en una ciudad que había visitado anteriormente durante el gobierno de Allende cuando las paredes estaban cubiertas de consignas revolucionarias, y después durante el silencio de la dictadura. En aquella mi tercera visita Santiago se había convertido en una ciudad de funestos recuerdos: el estadio, los edificios de la Dina, la Villa Grimaldi, la Moneda cerrada, una ciudad evocada por Diamela Eltit, Carmen Bereguer y Guadalupe Santa Cruz para quienes la ciudad es un documento de utopías perdidas, del silencio, de amnesia, una fachada hipócrita y la Plaza Italia el centro emblemático de los cambios que querrían borrar el pasado. En las crónicas de Pedro Lemebel este pasado está registrado no sólo en edificios públicos sino en los parques, en las poblaciones, y sobretodo en los cuerpos de los pobres que él lee no con con la distancia de un antropólogo sino como seductor o seducido usando un lenguaje que mezcla alta cultura, el cursi y palabras que no se encuentran en el diccionario Velasquez —pelucho, poto, guevás, long, chuto, culiao, putingos—, lenguaje de los barrios en donde había pasado su infancia, este otro Chile, un Chile mestizo, y más que proletario lumpen. Es el Chile que conoce de sobra, este Chile de la infancia cuando vivía en un edificio que “tenía cara de casa, por los menos desde el callejón parecía casa, con su ventana y su puerta, que al abrirla, mostraba un descampado; no tenía piezas, solamente el fondo y abierto del eriazo donde el viento frío del amanecer entraba y salía como Pedro por su casa. La obra de Lemebel es una historia, un documento de este otro Chile que registra desde la última cena de la Unidad Popular, desde la represión, y la alucinante epidemia de SIDA que documentó como ningún otro escritor apuntando, como dice Monsiváis, que “un enfermo de sida puede ser la metáfora hermosa de la devastación y la dignidad.” A diferencia de Arenas y de Sarduy, Lemebel logra registrar el después de la epidemia que no termina en un apocalipsis sino en la [End Page 39] anticlimática tranformación que ocurre cuando, en el mercado neoliberal, la cultura gay de clase acomodada se convierte en moda y los jovenes que se venden en este mercado ya no se sienten obligados a asumir una masculinidad prepotente sino al contrario asumen la posición pasiva, así ejemplificando la suave dominación de una sociedad que emplea incentivos económicos en vez de la represión disciplinaria. Los pobres, los desempleados y los que duermen en la intemperie siguen siendo el objeto de deseo para Lemebel pero ahora se convierte en juego amoroso entre la marica ya célebre v los pobres; no es lo mismo que el rough trade de los ingleses Auden o de Isherwood o la farándula berlinesa de los veinte del siglo pasado. No se trata de la relación masoquista vivida como una suerte de castigo furtivo. Al contrario, Lemebel es un enamorado perpetuo, el cucurrucú paloma chileno que sigue recordando la intemperie del Zanjón de la Aguada y lo que llama la arqueología de la pobreza, documentada en sus varias etapas, desde las miserias de la dictadura captada en Tengo miedo torero, hasta la sociedad neoliberal que despliega en la pantalla de la televisión el lujo inalcanzable por la mayoría que viven en barrios en donde los espectadores pobres ponen “una olla sobre el aparato del teve para recibir la gotera que cae del techo roto, que suena como monedas, que en su tintineo reiterado se confunde con el campanilleo de las alhajas que los personajes top hacen sonar en la pantalla. Pero al apagar...

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