La violenta transformación de la violencia en Perra brava, de Orfa Alarcón
2014; University of North Carolina Press; Volume: 54; Issue: S Linguagem: Espanhol
10.1353/rmc.2014.0082
ISSN2165-7599
AutoresLuzelena Gutiérrez de Velasco,
Tópico(s)Comparative Literary Analysis and Criticism
ResumoLa violenta transformación de la violencia en Perra brava, de Orfa Alarcón Luzelena Gutiérrez De Velasco La agresión, la violencia en sí, no se origina en el cerebro.No existe un centro de violencia. Jamás se ha encontrado.Jamás se encontrará, lo que es decir mucho. Santiago Genovés Si intentamos reunir en un mismo ámbito términos como fantasmagoría y violencia, términos que aparecen como excluyentes y en los que se oponen lo imaginario a lo real, el simulacro a lo tangible, la ensoñación a la cruenta verdad, podemos rememorar la pregunta que el crítico Nicolás Rosa enuncia al analizar un texto del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel: “¿Qué es ‘la escritura’ sino el rango mayor de la fantasmagoría?” (44) y concebir que simulacro, escritura, imaginación, comportan cierto grado de fantasma (Platón), de fictividad, de ficcionalización. Y también podemos encontrar en Rosa que en la escritura opera una sintaxis que evita las exclusiones y procede hacia una disyunción que desplaza los términos (real/no real/irreal). La escritura es entonces el espacio de la fantasmagoría, y lo real permanece en otra dimensión, ajena a las postulaciones del simulacro. Sin embargo, sobre todo cuando la escritura se ocupa de la violencia, del miedo, de la enfermedad, de la muerte, etcétera, aunque estos elementos se conviertan en palabras que apelan a la comprensión, a la conmiseración, al temor, a la interpretación, algún extraño vínculo se establece entre la representación y lo real; se trata de borrar el espacio liminar entre la imaginación y lo factible. La escritura intenta derrumbar separaciones, aunque no restablezca la fuerza de la vida, de lo vivo. Comencemos por una anécdota de investigación. En la búsqueda de material para este análisis encontré por azar, entre un altero de periódicos, un pequeño recorte amarillento – de esos que conservamos para releer después – que [End Page 105] cito: “Si nos atenemos a los datos de un estudio del Instituto de Investigaciones Educativas y Familiares, los niños mexicanos disfrutan la televisión 24 horas a la semana, y antes de terminar la primaria han visto 8 mil asesinatos y 100 mil acciones violentas.” Ahora no sé si guardé ese recorte por lo alarmante de las cifras o por lo exagerado de la preocupación de ese grupo de estudio. Por lo amarillo del papel, creo que se trata de un dato publicado hace más de diez años. Y lo que llama mi atención es que esa reflexión, a la luz del desarrollo de la violencia en México, nos ofrece una clave más para entender el incremento de la violencia en el país; a esa fantasmagoría podemos sumar otras causas reales como la pobreza, el desempleo, el aumento del consumo de drogas en Estados Unidos y en México, etcétera, para tratar de aclarar el aumento de los comportamientos violentos en todos los estratos de nuestra sociedad. La literatura y la escritura juegan un papel de importancia en la construcción de atmósferas en las que la violencia lo penetra todo. Como sabemos, en esta etapa, tanto en los registros de la cultura “popular” como en los de la “culta” se han impuesto los temas vinculados con el narcotráfico, la corrupción, el desgarramiento social; allí están como ejemplos los narcocorridos y los textos de Élmer Mendoza, Pérez-Reverte y muchos otros. Se trata sin duda de la construcción de un mundo habitado y dominado por figuras masculinas, con códigos varoniles y estrategias de fuerza, de destrucción. Un universo de hombres donde las mujeres pueden incluso ser jefas, pero siempre son focalizadas desde una mirada masculina. En contraste, ahora en la literatura mexicana escrita por jóvenes autoras se ha producido una modificación notable. No sólo contamos con la creación de personajes femeninos fuertes, decididos y valientes (Puga, Mastretta, Lavín, etcétera), sino que la voz narrativa recae...
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