La crisis de la razón ilustrada
2007; Johns Hopkins University Press; Volume: 2007; Issue: 1 Linguagem: Espanhol
10.1353/sir.2007.0086
ISSN1554-7655
Autores Tópico(s)Literary and Cultural Studies
ResumoLa crisis de la razón ilustrada Carlos Rojas En 1766 un veintenario paleto maño de Fuendetodos, hijo de un dorador zaragozano, llega por primera vez al Madrid de Carlos III. Francisco de Goya y Lucientes oposita sin suerte a una beca, que ofrece la Academia de San Fernando para ir a Italia. También se inscribe en la academia de Rafael Mengs, quien cinco años antes compareció en la Villa y Corte como pintor del Rey. En 1769 Goya ha reunido suficientes fondos para costearse el viaje a Roma, por su exclusiva cuenta. En Madrid frecuentó la tertulia de la fonda de San Sebastián, adonde concurrían algunas de las mejores cabezas pensantes del país y presidían informalmente Nicolás Fernández de Moratín y José Cadalso. Allí Goya, el futuro genio sordo, callaba y aprendía. En la fonda, propiedad del italiano Juan Antonio Gippini, oye comentar por primera vez a los enciclopedistas. También escucha todo lo que cuentan acerca de Isaac Newton, muerto en 1727, quien póstumamente soberanea como monarca y profeta de la Ilustración. Un dístico inglés lleva dos generaciones proclamándolo de manera explícita: "Se ocultaban en la noche la naturaleza y sus leyes. / Dios dijo: ¡Hágase Newton! ¡Y se hizo la luz en todo." Nature and Nature's Law laid hid in Night, / God said Let Newton be And all was Light! A partir de unas leyes fundamentales, que él ha descubierto, Newton creó un sistema universal bajo el doble signo del orden y la precisión. Su proyecto de mapa del cosmos reemplazó el teológico. Si para Protágoras, en el siglo V antes de Cristo, el hombre era la medida de todas las cosas, para los ilustrados del siglo XVIII también es el centro del firmamento. Su creencia en la omnisciencia y la felicidad son absolutas, porque el mismo método de observación experimental sirve para el espíritu humano y el universo. La Razón o la Idea, como las llaman indistintamente y siempre con mayúscula en la tertulia, implican una fe inmanente en el cumplimiento histórico del pensamiento y la dicha en la tierra. A Goya debe de impresionarle sobremanera una cita de Denis Diderot: el día que todos los hombres sean ilustrados, comprenderán que el lenguaje de la naturaleza es también el de la virtud. Pero detrás de la fonda de Gippini se abría el cementerio de la iglesia de San Sebastián, donde cada primavera procedían a la monda o exhumación y limpieza de los cadáveres que llevaban dos años sepultados, antes de trasladar aquellos despojos a la fosa común. Era fama, recogida por Cotarelo y Mori al transcurso de un siglo, que desde los balcones del [End Page 278] hostal los contertulios contemplaban absortos el escatológico espectáculo. En la lámina 69 de la serie Los desastres de la guerra, grabada por Goya entre 1810 y 1823 aunque no publicada, póstumamente, hasta 1863, un esqueleto emerge de la tierra sosteniendo un papel donde se lee NADA. "Nada. Ello dirá". No resulta aventurado suponer que el recuerdo de la monda por parte de Goya, más de medio siglo después de su llegada a la fonda de San Sebastián, determinó la aparición de aquel cadáver regresado de un mundo inexistente. Además el Goya de 1766 todavía encabezaba sus cartas con una cruz. Después de conocer su sífilis, sobrevivir la Guerra de la Independencia y las muertes prematuras de tres hijos y dos hijas, por no decir nada del despotismo de Fernando VII el Deseado, había perdido la fe en la inmortalidad. Definitiva y terminantemente. Click for larger view View full resolution Lámina 69 de la serie Los desastres de la guerra Goya aprende de forma muy lenta. Como le llevará la vida entera redescubrir y profundizar en las simas y fuentes de su titánica capacidad creadora. Hasta 1790 no alcanza a comprender que el racionalismo de la fonda de San Sebastián implica una ética o...
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