Artigo Acesso aberto Revisado por pares

MI ESCRITURA TIENE... (1985)

2002; University Library System, University of Pittsburgh; Volume: 68; Issue: 200 Linguagem: Espanhol

10.5195/reviberoamer.2002.5967

ISSN

2154-4794

Autores

Margo Glantz,

Tópico(s)

Comparative Literary Analysis and Criticism

Resumo

Mi escritura tiene conexión con las ballenas y con las mariposas monarca.Podría decir que, aparte de mis padres, a quienes les debo la vida, son las ballenas y su creador, Melville, y las mariposas monarca y sus creadores, Mariana Frenk y los oyameles, los causantes de mi escritura.Y ahora que lo estoy escribiendo me parece cada vez más cierto.Yo no sé mucho de la naturaleza, de la cual me interesan sobre todo los animales escritos, al estilo de los que colecciona Borges en su Manual de zoología fantástica, pero mis animales son, como los personajes de las novelas de Conrad y de Dostoievski, los animales verdaderos, los animales reales, porque como ellos decían (Conrad y Dostoievski), "la realidad sobrepasa a la ficción".No comparto con ellos (o con otros autores a quienes siempre he amado: Faulkner y Flaubert, Stendhal y Proust) la intimidad profunda que tenían con los seres humanos, a quienes me acerco, casi siempre, a través de un libro y no con la piel.Es una desgracia; también una fortuna.Debido a eso, las inscripciones se me marcan en la carne y de esas marcas sale una escritura fraguada poco a poco, a pedacitos.O quizá lo anterior sólo sea cierto hasta mi último libro publicado, Erosiones, porque a partir de este año las cosas han cambiado.He hecho dos viajes definitivos, viajes que me conducen a las fuentes, al origen.Antes viajaba yo a las ciudades, a los museos, a las tiendas estilo Bloomingdale's, a los cines, a los restaurantes.Esta vez viajé al encuentro de la naturaleza, me dirigí a Michoacán, cerca de Angangueo, donde hay un bosque de oyameles; en él anidan las mariposas monarca, después de una aventura de miles y miles de kilómetros por los aires.En los árboles se cuelgan, se acurrucan, se enciman, se dan color y vida, esperando mantener su especie, sin importarles nuestras guerras y nuestras destrucciones, y volando a la menor provocación del sol.Nosotros llegamos, muy callados, y cuando digo nosotros me refiero a los hombres y a las mujeres que vamos a verlas, a espiar sus secretos, a husmear el color de sus alas, a esperar que vuelen hacia nuestra cabeza y se detengan un minuto sobre nuestro pelo, sobre todo si éste es rubio (¡qué quieren, las mariposas monarca aman también lo claro, como Quetzátcoatl!), y luego sigan volando para posarse en las ramas de los pinos e inclinarlas bajo su peso, formando una espesa mancha densa, casi repugnante, sobre el paisaje, y, de repente, ponerse a volar hacia la claridad y duplicar el color amarillo del sol.Ese viaje y otro, el que me llevó a ver las ballenas y a las focas (a estas últimas no las quería ver y las vi sin querer, porque estaban sobre las rocas, cerca de los pelícanos, del mismo color y con pieles y formas distintas).

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