Artigo Revisado por pares

La ciudad medicalizada : epidemias, doctores y barrios bajos en el Madrid moderno

2012; Routledge; Volume: 13; Issue: 4 Linguagem: Espanhol

10.1080/14636204.2013.820008

ISSN

1469-9818

Autores

Montserrat Cañedo Rodríguez,

Tópico(s)

Historical Studies in Science

Resumo

Abstract La urbanización de la medicina y la medicalización de la ciudad son dos movimientos simétricos que se analizan, en el contexto del Madrid de la segunda mitad del XIX, como constitutivos de unas ciertas condiciones de modernidad urbana relacionadas con la centralidad física y discursiva de los “barrios bajos” y sus “clases peligrosas”. En los espacios de interacción y sociabilidad del Madrid decimonónico, los médicos higienistas construyeron un mapa de legibilidad de los males de la ciudad de Madrid que identificaba con claridad los “espacios urbanos enfermos”. Un mapa que sentó las bases para el progresivo desarrollo de todo un dispositivo médico de urbanización, que se propone como un poderoso ejemplo de la nueva imbricación entre ciencia y política característica de la modernidad. Palabras clave: Barrios bajosepidemiassiglo XIXhistoria de la medicinahistoria urbanaciudad y modernidadhigienismo y ciudad Agradecimientos Este trabajo se ha llevado a cabo en el marco de una investigación colectiva del Grupo Cultura Urbana de la UNED, actualmente en curso, sobre procesos de metropolización (proyecto Madrid Cosmópolis. Prácticas emergentes y procesos metropolitanos, CSO2012-33949 MINECO). Notes 1. La relación entre epidemia y organización política municipal ha sido tradicionalmente muy estrecha, especialmente en las ciudades. Algunas figuras como el mostassaf funcionaron, ya en la Barcelona de los Austrias, como representantes del gobierno que vigilaban la condición del medio urbano (Betrán). Las “juntas del morbo”, o después “juntas de sanidad”, fueron organizaciones al principio coyunturales y ligadas a invasiones epidémicas, compuestas por miembros del gobierno de la ciudad y por médicos y cirujanos, que arbitraban medidas de protección y organización de la ciudad en tiempos de epidemia (Ocaña 22). La independencia de las ciudades como estructuras políticas está también ligada a las epidemias: en siglos anteriores al XVIII, el impacto urbano de las enfermedades infecciosas llevó consigo el desarrollo de estructuras sanitarias y, en general, de estructuras políticas municipales -que fueron ganando peso frente a otras estructuras políticas ligadas a la Monarquía, y consolidando el papel de las ciudades como entidades políticas con autonomía. Un ejemplo interesante es el análisis de José Luis Betrán sobre la vivencia de la peste en la Barcelona de los siglos XVI y XVII (Betrán). Con la Ilustración, el vínculo entre la “policía” urbana, ciudad y epidemia se amplia e intensifica (Vázquez 139 y ss.) 2. Una descripción general de la figura del médico en la España del siglo XVIII puede revisarse, por ejemplo, en Granjel. 3. El cólera fue la epidemia por excelencia del Madrid del XIX y una de las que mayores ríos de tinta hizo correr. Asoló España (entre muchos otros lugares del mundo) en tres oleadas que se corresponden grosso modo con la primera parte del siglo (1834: 300 mil muertos en España), la mitad (1854–55: 236 mil muertos) y la segunda parte (1865 y 1885: 120 mil muertos en cada una de las dos oleadas) (Angolotti Cárdenas, Peset y Peset, Vidal Galache). Es interesante comprobar cómo, en cada caso, la llegada de la epidemia estuvo ligada a un aumento de la crítica de médicos y prensa al así llamado “desastre sanitario” madrileño. 4. Entre líneas se puede leer que el médico que escribe el texto se inscribe en la corriente homeopática, atacando a la que llama “medicina ortodoxa” o alopática. En la extensión de la prensa médica que se produjo en el XIX, casi cada corriente tuvo su periódico. Interpretaciones miasmáticas o atmosféricas se solapaban – a fin de siglo- con las teorías microbianas. Los “infeccionistas” se oponían a los “contagionistas”, en un debate que no se refería sólo a la etiología de las pestes. Las discrepancias eran variadas. (Véase, por ejemplo; Calbet Camarasa; Bonastra). 5. La práctica terapéutica profesionalizada en la España del siglo XVIII se dividía en tres ramas jerarquizadas y encarnadas en distintas figuras profesionales: la dieta (que prescribían los médicos-físicos), los fármacos (dominio de los especieros), y la cirugía (a cargo de los barberos-cirujanos). Los médicos fueron adquiriendo una posición de superioridad que se fundó, primero, en la importancia central que su dominio profesional -la dieta- tenía en el pensamiento médico tradicional y, en segundo lugar, en el hecho de que el aprendizaje de la medicina se reglamento e institucionalizó en la universidad desde la Edad Media, lo que coadyuvó a la creación y autoconciencia de un cuerpo médico que pertenecía a la oligarquía académica y política. La formación de los cirujanos y boticarios, por el contrario, se circunscribió al ámbito gremial hasta el siglo XVI. En cualquier caso, las tres ramas de profesionales de la práctica terapéutica convivían en la ciudad, y junto a ellos actuaban también otros terapeutas populares – algunos con licencia de las autoridades y del Colegio de Médicos- cuyos remedios eran más sencillos y más baratos. Entre ellos había salmistas y destiladores (que aplicaban pócimas, bálsamos y otros remedios, si bien nunca por vía oral, la cual era competencia exclusiva de los médicos). Había también sanadores que eran hábiles con la cirugía sin ser cirujanos – a veces porque no tenían acceso, como era el caso de las mujeres, a las vías oficiales de formación en cirugía. Eran cirujanos populares que evitaban entrar en competencia con los acreditados, dedicándose a sanar fracturas o inflamaciones menores y situadas en el exterior del cuerpo. En otro nivel aún más bajo, pero igualmente operante de manera habitual en la ciudad, estaban los curanderos que aplicaban remedios “supersticiosos” – y que eran continuamente denostados por el resto de los profesionales, a pesar de que los límites de la superstición no siempre eran fáciles de establecer en una época en la que los rituales de tipo religioso (las procesiones, las rogativas …), y la piedad individual (la oración, las medallas, los amuletos …) – sobre los que la Iglesia y no la universidad ni los gremios tenía la competencia- se consideraban remedios tanto o más eficaces que los de los terapeutas profesionales para abordar los maleficios de las pestes (Betrán). 6. A partir de aquí abreviaremos la referencia a este diario, así: ESM. 7. Aunque la idea de unos barrios pobres con una mayor incidencia de la enfermedad no era nueva y venía siendo ensayada ya en Europa, sí tomaba en Madrid una forma muy imprecisa: se diluía entre la multitud de factores etiológicos, ambientales, telúricos, atmosféricos, etc. que sostenían las distintas corrientes médicas. Lo que los higienistas fueron logrando, a través de los mecanismos de inscripción, fue dibujar en el imaginario urbano, de manera clara y distinta, los barrios bajos como foco infeccioso. En 1882 aún no se relacionaba clase social con epidemia (Huertas 267). Todavía en 1918 la tesis de una incidencia distinta de la gripe según el barrio era muy discutida (Porras Gallo). Los mismos “barrios”, como áreas específicas del mosaico urbano crecientemente dispares en cuanto a la clase social de sus residentes, no existían como un elemento fijo, sino que se fueron constituyendo a lo largo del siglo: por ejemplo con los planes del ensanche, que zonificaron la ciudad. La idea, tan asumida, “del mayor déficit higiénico de los barrios bajos”, fue tomada como un dato sólo cuando los médicos higienistas – entre otros agentes urbanos- se dedicaron a producirla, a hacerla visible, a través de los procedimientos de su disciplina. 8. El concepto de hábitat o espacio urbano, -entendido como medioambiente físico y social de la ciudad-, que hoy nos es tan familiar, surge en Francia e Inglaterra durante primera mitad del siglo XIX, en el entrecruzamiento de los discursos de la higiene, la medicina, la criminología o la ciencia social (Driver). Lo característico de la noción de espacio urbano en el siglo XIX es la unión inextricable que opera entre lo físico y lo moral (Campos Marín). 9. En cierto modo, la epidemia como fenómeno puede aislarse y distinguirse gracias a la estadística. 10. A pesar de que a finales de siglo la mortalidad general e infantil había prácticamente sustituido a la epidémica en el primer puesto de la preocupación ciudadana, las epidemias siempre constituyeron en la ciudad un impulso decidido a la acción en el vínculo ciudad-medicina. Lo prueban también las coincidencias del nacimiento de algunas de las instituciones o leyes, con sucesos epidémicos; por ejemplo, la Ley General de Sanidad de 1855 y la epidemia de cólera. (Ocaña y Navarro 45–47). 11. Los dos caballos de batalla de la inestable y dependiente posición del médico en la estructura social, hasta el XIX. 12. Vemos aquí cómo el desplazamiento que hace la higiene del rol del médico desde el espacio privado al público afecta a la posición y conformación de la esfera general de la medicina, a pesar de que ésta no pueda obviamente reducirse a la higiene, ni al higienismo. Además, el resto de la medicina – no higienista- se ve forzada (y alentada) en la dirección de una profesionalización gracias al movimiento de los higienistas. Esto es lo que explica por qué hablamos aquí de la medicina en general y no sólo de la medicina higienista en el proceso de urbanización de la ciudad y medicalización de la medicina que estamos examinando. 13. Para una panorámica general sobre las topografías médicas españolas puede consultarse Urteaga, 1980. Un trabajo sobre las condiciones de vida de las clases populares en la Cataluña de la Restauración vistas a través de las topografías médicas es el de Prats. 14. Exageramos un poco, pero no mucho. Urteaga maneja en su trabajo 212 topografías médicas, y Prats en el suyo – circunscrito al ámbito catalán- un total de 54. 15. Exitoso en el sentido de que el argumento que formularon – la relación medioambiente-enfermedad- fue durante ese tiempo un argumento tan “probado” – es decir, tan hecho visible, tan hecho escritura, tan hecho mapa, tan hecho estadística- que, respecto a él, era muy difícil disentir. Pero no exitoso – o no necesariamente- en el sentido de que las topografías médicas lograsen reducir el impacto de la enfermedad en la localidad estudiada. De hecho, una de las principales incomodidades de los médicos con respecto al por otra parte tan querido género de las topografías, era que su escritura y publicación no se traducía en una reducción real del impacto de las epidemias y otras enfermedades (Urteaga, 1980). Y ello era así por muchas razones. Entre otras está el hecho de que los médicos-escritores estaban casi siempre muy unidos al contexto local y a sus autoridades, lo que podía atemperar el rigor de su crítica y el énfasis necesario en las medidas a tomar cuando éstas resultaban inconvenientes o gravosas. Otra razón tendría que ver con que las medidas propuestas no podían en muchos casos ser abordadas en el ámbito local, por lo que el contexto – local- de explicación del problema no equivalía al contexto – regional, nacional- en el que hubieran podido tomarse medidas eficaces. En el trasfondo de todo esto está, sin duda, el carácter multifactorial del origen de la enfermedad según las teorías medioambientalistas – es decir, el carácter tremendamente comprehensivo del término “medioambiente” – que hacía casi imposible controlar todos los factores que incidían en las epidemias y, en consecuencia, aislar patrones claros de las mismas a los que asociar medidas terapéuticas y preventivas claramente eficaces. 16. Hasta la llegada de la microbiología, que alteró radicalmente el mapa de la inteligibilidad científica de la enfermedad; aunque sólo cuando logró producir, inscribir y hacer circular argumentos tan sólidos como los que hasta entonces habían sostenido las teorías medioambientalistas, con elementos de las cuales – por otra parte- se amalgamó (Latour 1988). 17. Vamos a tomar esta obra como base para mostrar el vínculo mortalidad-barrios bajos que trazan los higienistas en Madrid. Pocas veces aparecen argumentos tan detallados sobre la ciudad como en este libro. Las entradas de la sección “Gaceta de la salud pública: Estado sanitario de Madrid” del periódico El Siglo Médico dibujan por su parte, al final del siglo, un panorama coincidente con el que describe Hauser, donde ciertas áreas de la urbe son directamente vinculadas con una más alta mortalidad general y también con una – menos incisiva pero más escandalosa- más alta mortalidad epidémica. 18. Frente a una visión demasiado lineal de las condiciones higiénicas de los barrios bajos que, a veces, tanto en los discursos de la época como – y esto es más grave- en la consideración historiográfica, se tratan como una suerte de objetos estables, de origen antiguo, que figuran como una isla de estancamiento en el corazón de una sociedad que se moderniza, habría que dar cuenta de cómo los “barrios bajos”, como objeto urbano, tienen una condición eminentemente relacional. Tanto la extensión de la higiene – que prospera de manera diferencial por el espacio urbano- como las nuevas formas de urbanización de la ciudad (expresión de la emergente fractura social y económica que toma forma espacial), producen los barrios bajos decimonónicos no como una reliquia sino como un fenómeno esencialmente moderno. Así, por poner otro ejemplo, Carballo et alii mencionan en su trabajo sobre el ensanche madrileño cómo el sistema de financiación de las obras condicionó un efecto de segregación socioespacial en las diferentes áreas en las que éste se subdividió: según la ley, el importe de la contribución satisfecha por los propietarios de cada una de esta áreas se cedía al ayuntamiento, como contribución para la dotación de servicios públicos de la misma. Esa contribución se pagaba por edificio en función de su calidad, de tal modo que áreas menos pobladas pero con edificios más lujosos (como el barrio de Salamanca) tuvieron más dinero para dotaciones que otras más pobladas y hacinadas, y por lo tanto más necesitadas de éstas (como Peñuelas, Pacífico o Delicias). Esta dinámica retroalimentó la lógica por la cual las zonas ya inicialmente más higiénicas fueron mejorando (y consolidando su valor), y a la viceversa: los “barrios bajos”, como síntesis del horror higiénico en particular y urbano en general, fueron extendiéndose por todo el ensanche sur. 19. Una alternativa higienista a los barrios bajos, para la urbanización de los límites de la ciudad, que se plantea como una alternativa de progreso, son “los suburbios”: espacios para el esparcimiento dominical y campestre donde “recibir durante algunas horas las saludables influencias del campo”. “Madrid no tiene suburbios”, y por lo tanto es “fea, nociva y defectuosa” (ESM, 3/2/89). Late aquí un prejuicio anti-urbano que dejará un poso intelectual y literario importante (Castillo). En las discusiones y propuestas sobre la vivienda obrera pueden rastrearse también estas utopías urbanísticas, en las que, a diferencia del lumpenproletariado del barrio bajo, el obrero moralizado encuentra su orden natural en una estructura social armónica (donde la mortalidad, por cierto, habría de ser necesariamente menor). 20. Es el título de otra espléndida obra médica sobre la capital, que bebe de la de Hauser y “hereda” los barrios bajos como problema. La escribe César Chicote, en 1914 (Chicote). 21. El trabajo de campo del autor – bien sea el médico o el periodista, pero también el literato o el criminólogo- en los espacios urbanos, o en otras palabras, su “contacto directo con la calle”, es una de las prácticas que emerge con gran fuerza, en distintos contextos, en la ciudad del siglo XIX. 22. La importancia del periodismo – como la de la estadística o la de las topografías médicas- no se circunscribió a la ciudad de Madrid. Los barrios pobres de los centros de ciudades como París, Berlín, Nueva York o Chicago ocuparon un lugar central en los debates políticos de finales del siglo XIX y comienzos del XX. The Bitter Cry of Outcast London – publicado por Mearns en 1883- y How the Other Half Lives – obra de Jacob A. Riis publicada en 1890-, tratan respectivamente los casos de Londres y de Nueva York, y son ejemplos destacados de un tipo de literatura periodística que también tuvo su hueco en los medios impresos madrileños. 23. Otras discusiones separaban a los médicos en función de la corriente a la que se adscribían, o con respecto a su posicionamiento en los temas más polémicos (el seguro médico, la colegiación, etc.) Las discrepancias internas contribuyeron en parte a ralentizar la reorganización sanitaria, aunque el debate también facilitó acercamientos de posturas y, en general, ejerció una presión continua sobre la opinión pública urbana en la dirección que el higienismo imaginaba para la medicina. 24. Se quejaban algunos de la desidia de sus propios colegas a la hora de abrazar los preceptos de la higiene. Los médicos “que van por libre” son ocasión reiterada para manifestar argumentos que abogan por el propósito conjunto de extender la higiene y fortalecer el rol profesional del médico. Hablando de los deberes del gobierno, proclama Ángel Pulido desde la tribuna de la Sociedad Española de Higiene: “cultivar y difundir la Higiene y formalizar su enseñanza en las cátedras haciéndola experimental y evidente para mejor inculcarla en el corazón de los médicos; porque, señores, ¡qué culto ha de tener una religión cuando los mismos sacerdotes pecan de incredulidad”. Continua más adelante con su discurso, abogando por una estructura jerarquizada de la atención sanitaria y censurando la independencia de los médicos del cuerpo de subdelegados, médicos que “júzganse libres, felices e independientes, sin más juez de sus actos que sus propios sentimientos, ni noción alguna de empresas más superiores en las cuales han de actuar como soldados bien disciplinados, ni conciencia de que forman esa unidad final cuyos actos han de subordinarse al mandato de una dirección suprema, que ha de llegar hasta ellos como llegan las corrientes de un mandato cerebral a la última papila nerviosa perdida en las sinuosidades de la piel” (Pulido febrero 1889). 25. La sostenida reivindicación de la condición experta del saber médico sobre la salud y la enfermedad estuvo directamente ligada a una enconada batalla contra el intrusismo profesional: esos “apóstoles (…) llenos de atenciones, cuando no de ganancias” que tienen a veces un gran éxito de público, “que es una lástima que á tan candorosa gentes y á indígenas tan sencillos, á quienes se cautiva con estos abalorios y cuentas de vidrio, se nos haya vestido á la europea, pues en el terreno científico (…) somos dignos del delantal de plumas y el taparrabos” (ESM, 9/6/1889). 26. Una profesionalización que se relaciona con la percepción compartida de la pertenencia a un mismo cuerpo, que mantiene un conjunto de presupuestos y condiciones comunes por encima de las diferencias internas. 27. Las impresionantes trayectorias y los cargos que ocuparon estas figuras de lo que algunos colegas coetáneos llamaban con sorna “las oligarquías médicas”, ofrecen una buena muestra de la interpenetración entre la esfera de la política (nacional y municipal) y la de la medicina y sus instituciones (la universidad, la prensa médica, las academias, etc.) en la segunda mitad del siglo XIX. Sin detallar demasiado (sus curricula son de fácil acceso on line), entre las cuatro figuras citadas acumulan los cargos de: alcalde de Madrid, diputado, senador, consejero, presidente de la Junta Municipal de Beneficencia, ministro, director general (de Sanidad), director o presidente de academias varias (Real Academia de Medicina, Sociedad Española de Higiene, Instituto Nacional de Bacteriología e Higiene …), director de prensa médica, catedrático de Universidad, etc. A lo que se suma su propia labor de producción científica como médicos higienistas. 28. En la introducción a su edición del texto de Hauser escribe Del Moral: “En Madrid la cuestión [de la epidemia colérica de 1884–1885], vital para la sociedad, salta a la primera página de los periódicos con información detallada de los sucesos diarios y se abre una tribuna pública sobre los diversos problemas que la epidemia plantea en la que colaboran, especialmente, los médicos. (…) Sobre todo El Imparcial mantiene durante el mes de septiembre de 1884 una polémica sobre la utilidad de los desinfectantes en la que participan los doctores Letamendi, Olavide y el químico Torres Muñoz de Luna” (Hauser 27). 29. Un amplio grupo de directores de periódico se personaron en el juicio para ejercer la acción popular. El suceso tuvo un amplio seguimiento por parte de los madrileños, y consolidó la sección de sucesos como una de las fijas en los diarios (Pérez Galdós). 30. Un titular del periódico El Sol del 1 de julio de 1918: “Hablan los facultativos. Las deficiencias del Hospital Provincial”, da paso a una crónica de la visita de un periodista a las distintas dependencias del hospital, guiado por los médicos de la misma, quienes no dejan de quejarse de las condiciones lamentables de organización del centro. 31. El triunfo de la higiene como óptica de lectura de lo urbano, lo cual no quiere decir que los propósitos y las medidas de higienización de la ciudad se cumpliesen y fuesen eficaces siempre ni fácilmente. 32. El concepto de dispositivo tal y como lo utilizamos aquí, en la misma línea de Vázquez, está tomado de Michel Foucault: “Un conjunto decididamente heterogéneo, que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas […] El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos” (Foucault 172). 33. Un análisis histórico sobre la Salud Pública puede seguirse en Rodríguez Ocaña y Martínez Navarro. 34. A partir de la influencia de Foucault y sus tesis sobre la imbricación del saber y el poder de los discursos, esta relación entre medicina moderna, institucionalización y procesos disciplinarios de lo social ha recibido un gran interés. Para el caso español, véase el trabajo de Vázquez sobre la biopolítica. 35. Profundizando en esta cuestión, y en palabras de Vázquez: “el dispositivo de medicalización no es sólo activado por profesionales médicos sino con agentes con metas muy heterogéneas (urbanistas, filántropos, pedagogos, novelistas, criminólogos, jueces, militares, funcionarios de las distintas administraciones) y con emplazamientos diversos (saneamiento municipal, asociaciones médicas, escuelas, relaciones domésticas, fábricas, ejército, sistema penal, policía, etc.)” (197). Sobre la relación entre vivienda y salud en Madrid véase Huertas 2002.

Referência(s)