Diabolism in Colonial Peru: 1560–1750
2009; Duke University Press; Volume: 89; Issue: 3 Linguagem: Espanhol
10.1215/00182168-2009-019
ISSN1527-1900
Autores Tópico(s)Historical Studies in Latin America
ResumoAbordar temas religiosos en sociedades coloniales genera complejidades inesperadas. La más visible es que el autor tendrá que proponer una tesis válida por lo menos para dos o más miradas de la realidad. Redden ensaya con éxito el esquema agustiniano, por el que los evangelizadores se ubican a sí mismos en la Ciudad de Dios, y destinan a los futuros cristianos en el campo antagonista. La propuesta es manejada con enorme erudición y la metáfora del sabio de Hipona sirve también para contraponer el concepto de urbe equivalente a civilización. Los invasores del Tahuantinsuyu visualizan a los no europeos como esclavos del demonio y por tanto ajenos a los beneficios de sus verdades y paradigmas culturales.Nada de lo dicho escapa de las líneas seguidas por los investigadores de las últimas décadas del siglo XX, pero el autor despliega su capacidad de manejar el debate teológico de los siglos XVI y XVII con sagacidad y elegancia. Los casos que presenta: María Pizarro o las Clarisas de Trujillo, no solamente revelan una mirada cuidadosa de los documentos, agrega a ello, la ubicación de los hechos en sus espacios geográficos y en el contexto sociológico debido.Hay que reconocer que se trata de un terreno complejo, cuyo estudio si bien tiene antecedentes modernos en la historia de la iglesia peruana (Rubén Vargas Ugarte, por ejemplo), desde los años sesenta se empiezan a mostrar las grietas de estas primeras aproximaciones. Otros investigadores serán los encargados de refinar la documentación, y ubicar a los indígenas y africanos como interlocutores válidos (Pierre Duviols, por ejemplo) de las palabras de la Iglesia. No mucho más tarde surgen nuevos horizontes, abiertos por la moderna antropología que ubicarán al Infierno y a su protagonista como espacio y personaje ineludibles en la ideología americana. No se trata solamente de que surjan a contrapelo de Dios en los documentos redactados por sacerdotes o en las visiones de los iluminados, posesos o reclusos de la Inquisición. Su presencia no es la contraparte obligada de Jesús o del santo o santa favorita de quien admite el pecado. El Diablo americano existe por sí mismo, por encima de la demonización habitual de los dioses vencidos, que se registra en la historia del mundo.Este magnífico libro crea la sensación de que la penetración del catolicismo ha cubierto los espacios del pensamiento de tal forma que en territorios americanos se repiten inexorablemente las heterodoxias europeas. El autor no enfatiza de manera suficiente la capacidad de los andinos (y mesoamericanos) de dar a los dioses y demonios de la doctrina un papel diferente al que se predica en los pulpitos. En beneficio de sus lectores debió remarcar la multitud de neófitos y la escasez y desconocimiento de los doctrineros, sobre todo cuando abandonaban las calles de los precarios centros urbanos.Es un nuevo Satán con el que deben lidiar los sacerdotes. Su relación con el nativo de los Andes está centrada la necesidad de mantener los rituales heredados de las sociedades precolombinas que desde los siglos XVI y XVII han sido interpretados a la luz de la experiencia colonizadora. Incluso hoy (2008) en el Infierno andino los pecados que se purgan tienen que hacer más con el haber quebrado alguna norma de los rituales establecidos, que con la larga relación de faltas que puede extraerse del Decálogo.Mientras Redden se situó en terrenos que con cierta libertad podríamos llamar ciudades, su erudición basta para comparar a americanos y europeos en sus crisis de éxtasis, donde el mensaje diabólico y el mensaje divino pueden confundir incluso a los exorcistas. Es más difícil lidiar con curanderos de los pueblos de la costa norteña (Huanchaco o Guaman), que con las reclusas de Santa Clara. Dentro de los muros pesan menos las herencias de mochicas o chimús, aunque el Demonio a veces tome la forma de su cerámica. El autor lo sabe y es prudente en el manejo de situaciones, y tiene el talento de no arriesgar en los terrenos en los que todavía no hay material que podría o no sostener sus hipótesis.Aun así, el libro ofrece espacios y crea las preguntas necesarias para que otros estudiosos caminen por la brecha abierta por su aventura académica. Redden está lejos de defender posiciones en favor o contra el quehacer de la Iglesia, ha superado la inútil polémica donde naufragaron estudios anteriores, el material de los archivos, vasto y bien seleccionado, permitirá interpretaciones diferentes, pero le queda el mérito de haberlo ensamblado con propiedad y largueza.Es natural que una investigación de estas características amplíe sus horizontes geográficos cuando el material más cercano a su interés puntual es escaso. Buscar materiales en Colombia, Brasil, Centro América o México, sirve para llenar vacíos de una hipótesis sobre los Andes. Por estas carencias hay que culpar a los historiadores, antropólogos y demás científicos sociales del centro de los Andes. Redden cumple con revisar una bibliografía muy actual y con un sondeo documental suficiente. Sobre todo si tenemos en cuenta que los archivos eclesiásticos del Perú son espacios difíciles, por una política administrativa de la Iglesia que es mezquina, por decirlo con delicadeza.El libro está escrito para muchos públicos. Un teólogo exigente se sentirá retado a analizar el manejo de los textos medievales en épocas del Renacimiento, Reforma y Barroco. Los historiadores de la Colonia pensarán dos veces con respecto a los alcances, pocos, pero esclarecedores de etnografía con que Redden nutre su trabajo. Las investigaciones modernas se sentirán gratificadas con el despliegue interdisciplinario del autor. El texto está redactado de manera clara y precisa que da espacio para la ironía con que maneja los casos del Santo Oficio.El libro merece ser leído con atención y es un innegable aporte al estudio de la religión colonial.
Referência(s)