Artigo Revisado por pares

After Spanish Rule: Postcolonial Predicaments of the Americas

2006; Duke University Press; Volume: 86; Issue: 2 Linguagem: Espanhol

10.1215/00182168-2005-013

ISSN

1527-1900

Autores

G Cecilia Méndez,

Tópico(s)

Cuban History and Society

Resumo

After Spanish Rule es un volumen bien integrado, que proponga entablar un diálogo crítico con los llamados estudios postcoloniales, hoy dominados por especialistas en Africa, el Oriente Medio, y la India. En su introducción, Mark Thurner fustiga la exclusión de América Latina de estos debates y propugna su inclusión. Sigue así una línea de reflexión muy similar a la de Walter Mignolo, cuya obra (en particular, Local Histories, Global Designs, Princeton Univ. Press, 2000) ha venido cuestionando las grandes narrativas angló- y francófonas de la construcción del Occidente por excluir la crucial experiencia imperial de España en América. Análogamente, al poner la experiencia postcolonial hispanoamericana en el mapa global de los imperios, colonias y naciones posteriores al siglo XVIII, este conjunto de diez artículos, escritos por historiadores y antropólogos, enriquece el campo de la discusión historiográfica comparada. Éste es, sin duda, un mérito mayor del volumen. Las regiones tratadas son Cuba/España, los Andes y México, y el marco temporal privilegiado (pero no el único) es el siglo XIX.El volumen goza de gran coherencia intelectual, mérito no menor tratándose de una compilación. Pero no está exento de tensiones. Pues mientras por un lado se critica a los teóricos postcolonialistas por excluir a Latinoamérica, por otro lado se busca su validación intelectual en estos mismos teóricos. Un segundo problema es que, pese a las largas disquisiciones de Thurner respecto a la llamada teoría postcolonial, no queda claro en qué consiste ésta, o más precisamente, cuál es su innovación epistemológica respecto a la noción marxista-dependentista de “herencia colonial”: es decir, más allá de su espectro comparativo, que a mi modo de ver es su mayor virtud. Se nos dice que el término postcolonial es más adecuado que los de nacional, moderno, neocolonial y postinde-pendiente, porque conjura los esquemas epistemológicos inherentes a estas clasificaciones, a saber: el estructuralismo marxista-dependentista, con su determinismo económico, su énfasis en las continuidades y su desvaloración de lo político; los parroquianismos de las historiografías nacionalistas; y las dicotomías (moderno/tradicional) inherentes a la teoría de la modernización (pp. 37 – 40 y 248). Esta apreciación, sin embargo, minimiza el hecho de que dichos esquemas fueron contundentemente cuestionados años antes de que el término postcolonial se convirtiera en una moda académica, como por ejemplo en el seminal trabajo de Paul Gootenberg, Between Silver and Guano: Commercial Policy and the State in Postindependence Peru (Princeton Univ. Press, 1989), y que sin embargo Thurner cita en este volumen sólo como una contribución colateral y ¡“a pesar”! de su trabajo de archivo (55n75). Un nuevo nombre, entonces, no garantiza la novedad de la perspectiva. La crítica, por otro lado, es, al menos en parte, aplicable sólo a los libros de texto estadounidenses, ya que términos como periodo nacional o periodo moderno no están igualmente expandidos en los países de Hispanoamérica, que cuando aluden a sus propias historias nacionales se refieren más comúnamente al periodo republicano.Un tercer problema (una cuestión de fondo y no específica de este volumen) es la ironía de que mientras los teóricos postcoloniales proponen “descentrar” Europa, Europa sigue siendo el eje en sus teorizaciones. El término colonial se usa aquí en su sentido convencional, como una situación de “dominación europea” en un lugar “no europeo”, con lo postcolonial representando la persistencia y reelaboración de esta hegemonía tras la salida de los europeos. Al llamado postcolonialismo no le interesan pues las dominaciones coloniales, postcoloniales e imperiales que surgieron en el mundo antes o al margen del la presencia europea, o de la conceptualización de “Europa” tal como la entendemos hoy. La carga política y implícita en estos referentes conceptuales me lleva a pensar que, al menos en su encarnación latinoamericanista, el postcolonialismo expresa menos una nueva epistemología que un intento por recrear una retórica de denuncia “progresista”, capaz de reemplazar al marxismo. Pero a diferencia del marxismo latinoamericano, que nació de la mano con luchas políticas que afectaban a veces a sociedades enteras, los llamados debates postcoloniales discurren en un universo puramente académico. Y es quizá este exacerbado academicismo que se traduce a veces en un lenguaje impenetrable (como abunda en la breve nota introductoria de Guerrero) — más que la “pobreza de libros y bibliotecas”, como quiere Thurner (p. 41) — lo que explicaría la recepción indiferente de la mayoria de los académicos latinoamericanos para los estudios postcoloniales, excepto (en parte) en los círculos académicos más favorablemente conectados a Norteamérica. Ésta sería una de las más notables, y con seguridad la más patética, de las ironías de este nuevo progresismo.Nada de ello resta el valor de las contribuciones de este libro, algunas singularmente valiosas y apreciables independientemente de su interés por los debates postcoloniales. En congruencia con una tendencia cada vez más generalizada en la historiografía, los ensayos parecen propugnar la idea de una modernidad específicamente latinoamericana que es, en algunos casos (siguiendo a Benedict Anderson) más radical y más temprana que la de Europa. Esto es el caso de los artículos de Thomas Abercrombie, con su complejo análisis sobre la folklorización de la identidad indígena a través del carnaval de Oruro en Bolivia (siglos XVI al XX), y particularmente de Marixa Lasso, que ofrece uno de los planteamientos más innovadores e importantes del volumen. Lasso cuestiona la expan-dida idea marxista-dependentista, según la cual la independencia fue un cambio político pero no una “revolución social” y demuestra cómo en Cartagena, en 1811, la movili-zación que llevó a proclamar la independencia de España no fue una iniciativa original de los criollos, como es la idea común, sino que fue propulsada por las poblaciones de descendencia africana. A estos, irónicamente, tanto las fuentes contemporáneas como la historiografía estigmatizaron respectivamente como “turbas de bandidos” y “escollos de la modernización”. Lasso va un paso más allá que los estudios sobre movilizaciones populares en la independencia al presentar este temprano radicalismo, o patriotismo, afro-colombiano como precursor de la idea de “democracia racial” que iría a caracterizar posteriormente el pensamiento liberal de Cuba y Brasil. Finalmente, sugiere — en comu-nión con la más reciente historiografía sobre elecciones y ciudadanía — que la apertura a la participación política de los sectores populares iniciada con la independencia se iría cerrando en la medida en que, al avanzar el siglo, los criterios de ciudadanía se volvieran más restrictivos, a la inversa de lo que sucedía en Europa. Estas conclusiones empalman bien con el igualmente sólido análisis de Peter Guardino sobre la movilización popular en las elecciones de Oaxaca en 1814 – 28. Dentro de la misma línea temática, pero enfati-zando los procesos de exclusión, Andrés Guerrero (inspirado por Foucault, Bourdieu y Habermas) introduce la fascinante idea de “sentido común” o “habitus” en la definición de quién es un ciudadano en el Ecuador. Después de la abolición del tributo indígena en 1857, las diferencias étnicas se hallaban legalmente abolidas y se proclama la “igualdad ciudadana”, se perpetua la exclusión de los indios, sostiene Guerrero, a través de sentido común, según el cual es inconcebible que un indio sea algo más que un siervo. Y como siervos fueron tratados, tanto en la práctica política como en la intimidad de la hacienda, a la que el estado delega el control y administración de estas poblaciones. Guerrero sugiere que este sentido común sólo sería erosionado en décadas recientes, cuando los indígenas de Ecuador incursionan por primera vez en la esfera pública como sujetos con voz propia. Le sigue a Guerrero, cerrando el volumen, un artículo de Joanne Rappaport que describe el impacto de los procesos de globalización en los intelectuales indígenas de Colombia y su cada vez más estrecha relación con el estado y las esferas internacionales.El volumen aborda otros temas de historia política que han venido cobrando nueva popularidad tras el ostracismo de que fueran objeto durante el auge del marxismo y del anti-hispanismo inherente a los indigenismos. Jorge Cañizares-Esguerra, por ejemplo, analiza creativamente la reacción nacionalista de los clérigos americanos frente a la literatura de viajeros, enfatizando no tanto su antagonismo cuanto su identificación con los indios y el suelo americano. La “necesidad de incluir a Espana” en los estudios coloniales — de la cual los mejores trabajos de historia social y etnografía andinas, desde José María Arguedas hasta Thomas Abercrombie, pasando por Karen Spalding y Pierre Duviols, nunca se olvidaron — es, por otro lado, demostrada desde un prisma global en la excelente semblanza de Javier Morrillo-Alicea sobre el funcionamiento del imperio español tardío en Cuba, basada en archivos metropolitanos.Para finalizar, aunque el volumen se presenta como el inicio de un diálogo de “Sur a Sur”, no incluye, irónicamente, contribuciones de investigadores radicados en Latinoamérica. Salvo Andrés Guerrero, investigador ecuatoriano independiente radicado en España y afiliado a FLACSO, los nueve autores son académicos establecidos en universidades estadounidenses. Este hecho, sumado a la virtual ausencia de referencias a latinoamericanistas que producen en otros continentes, fuera de los circuitos académicos más familiares a Norteamérica, y no siempre en inglés (pienso en Juan Estenssoro, Marta Irurozqui, Natalia Majluf, David Cahill y César Itier, entre otros, que han realizado estudios pioneros directamente relacionados con los temas tratados en este volumen), sugiere que los intercambios Norte-Sur, Este-Oeste y Norte-Norte siguen siendo no sólo deseables, sino urgentes y necesarios.

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