El costumbrismo romántico de Enrique Gil y Carrasco
2008; Routledge; Volume: 85; Issue: 3 Linguagem: Espanhol
10.1080/14753820802048208
ISSN1478-3428
Autores Tópico(s)Spanish Culture and Identity
ResumoClick to increase image sizeClick to decrease image size Notes 1José Escobar, ‘Costumbrismo: estado de la cuestión’, Romanticismo 6. El costumbrismo romántico. Atti del VI Congresso (Napoli, 27–30 marzo 1996) (Roma: Bulzoni, 1996), 117–26 (p. 118). 2Véanse los artículos ya clásicos de José Escobar, ‘Narración, descripción y mímesis en el cuadro de costumbres: Gertrudis Gómez de Avellaneda y Ramón de Mesonero Romanos’, Romanticismo 3–4. La narrativa romántica. Atti del IV Congresso (Bordighera, 9–11 aprile 1987), ed. Ermanno Caldera (Genova: Univ. di Genova, 1985), 53–60 y ‘La mímesis costumbrista’, Romance Quarterly, 35 (1988), 261–70. Véase también Leonardo Romero Tobar, ‘Mesonero Romanos: entre costumbrismo y novela’, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 20 (1983), 243–59. 3Los argumentos a favor de la conexión entre Romanticismo y costumbrismo se han hecho desde dos puntos de vista principalmente. Por un lado, se afirma una base ideológica común entre las dos tendencias estéticas, preocupadas igualmente por la creación de una identidad nacional coherente y sólida frente a la supuesta dispersión del mundo moderno. Tal es la base del argumento de Donald Shaw. Véase Donald Shaw, ‘La pintura … festiva, satírica y moral de las costumbres populares’, en Romanticismo 6, 299–303. Por otro lado Ermanno Caldera señala que el costumbrismo, como subgénero del Romanticismo, surge del interés propio de todos los escritores de la época por estudiar al individuo en todos sus aspectos, desde el psicológico hasta el social. Véase Ermanno Caldera, ‘La vocación costumbrista de los románticos’, Romanticismo 6, 45–52 (p. 48). Aunque hay, como se verá, amplia evidencia en la obra de Gil y Carrasco para apoyar ambas teorías, también es verdad que en la época se consideraba el costumbrismo como una opción o estrategia estética distinta de las que imperaban en la poesía lírica o en el drama romántico. El reconocimiento de esa diferencia y la interacción de los dos modos estéticos en la obra de Gil y Carrasco son el enfoque del presente estudio. 4Escobar, ‘Costumbrismo: estado de la cuestión’, 126. 5Ricardo Gullón coincide con todos los críticos de la obra de Gil cuando, al hablar de los artículos de viajes y de costumbres (dos géneros, como veremos, íntimamente ligados para el autor), subraya la importancia de ‘destacar, como constante de su espíritu, la curiosidad, y su vocación de buen viajero. Aguantaba incomodidades y quebrantos, se imponía sacrificios, para ir y ver. Tenía propensión a descubrir pueblos y panoramas, abrodándolos con ademán de explorador, pero de explorador cuya honestidad intelectual, cohibiendo al entusiasmo, veía los objetos según eran en realidad. Tal es la causa de que aun puedan leerse con agrado las memorias de sus descubrimientos, identificando en la palabra el sentimiento que la dictó’. Véase Ricardo Gullón, Cisne sin lago. Vida y obras de Enrique Gil y Carrasco (León: Diputación Provincial, 1989), 95. Véanse también Michael Iarocci, Enrique Gil y la genealogía de la lírica moderna. En torno a la poesía y prosa de Enrique Gil y Carrasco (1815–1846) (Newark: Juan de la Cuesta, 1999), 112–20, y Jean-Louis Picoche, Un romántico español: Enrique Gil y Carrasco (1815–1846) (Madrid: Gredos, 1978), 194–216. A pesar de la valoración positiva de estas obras, se les ha prestado muy poca atención. El único artículo dedicado exclusivamente a los artículos de costumbres es Lucio Basalisco, ‘Los artículos de costumbres de E. Gil y Carrasco (1815–1846) en el Semanario Pintoresco Español’, Romanticismo 6, 29–34. El artículo de Basalisco es un resumen del contenido de los artículos y una defensa, una más, de sus cualidades estéticas. 6Picoche, Un romántico español, 261. 7Gullón, Cisne sin lago, 62. 8Enrique Gil y Carrasco, ‘Pablo el marino’ (1839), en Obras completas de don Enrique Gil y Carrasco, ed. Jorge Campos, BAE 74 (Madrid: Atlas, 1954), 453–55 (p. 454). 9Derek Flitter señala que Gil y Carrasco fue ‘ampliamente reconocido como uno de los críticos de más talento en el período que siguió al año 1837’. Véase Derek Flitter, Teoría y crítica del romanticismo español, trad. Benigno Fernández Salgado (Cambridge: Cambridge U. P., 1995), 155. Flitter luego apunta que ‘el enfoque historicista fue virtualmente unánime en los artículos de la época, siendo claramente reconocido como la perspectiva crítica más válida’ (ibid., 154). 10En su reseña ‘Poesías de don José de Espronceda’, Gil y Carrasco afirma que el ambiente inseguro y caótico que define su momento histórico es el resultado directo de la época revolucionaria que empezó a finales del siglo anterior y que no tuvo las consecuencias esperadas o prometidas: ‘Este siglo que ha recogido el legado de destrucción del anterior, que ha encontrado rota y destrozada por el suelo la fábrica de lo que se llamaban abusos, que ha debido alcanzar y disfrutar por entero lo que entonces se reputaba y tenía por felicidad, es decir el desarrollo de los intereses y medios materiales; este siglo, decimos, se ha presentado animado de tendencias espiritualistas, ha dado en rostro a los llamados filósofos con la vanidad de su universal panacea, les ha pedido cuenta de las instituciones antiguas que destruyeron sin reformarlas, del porvenir que le ofrecieron que no han sabido darle, y por último, de la paz y contento del presente, que se le ha huído de entre las manos’. Véase Enrique Gil y Carrasco, ‘Poesías de don José de Espronceda’ (1840), en Obras completas, 490–96 (p. 490). En estas palabras podemos ver no sólo la angustia del romántico, sino también su típica apreciación negativa de la Ilustración y la vuelta, también típica del ambiente español, hacia posturas por un lado religiosas y por otro tradicionalistas. 11Enrique Gil y Carrasco, ‘Poesías de don José Zorrilla’ (1839), en Obras completas, 481–85 (pp. 481–82). 12En muchos de sus escritos críticos subraya Gil su oposición a las exageraciones del romanticismo francés de su época, como se puede ver en la siguiente cita de su ‘Revista teatral’ de noviembre de 1839: ‘Afortunadamente para nuestra España todos los cambios y vicisitudes literarios que tanto han agitado y agitan aún a la vecina Francia se han sentido en nuestro país como un eco más o menos lejano, más o menos sonoro; pero no han brotado de nuestro suelo tan espontáneos y tan violentos como allí, y sólo el espíritu fatal de imitación ha podido llevar a alguno de nuestros ingenios a extremos y exageraciones que debieran excusarse, y que no hallaban consonancia ni respuesta en el corazón de nuestro pueblo’. Véase Enrique Gil y Carrasco, ‘Revista teatral’ (1839), en Obras completas, 474–80 (p. 478). Flitter subraya la independencia de criterio de Gil en este contexto al decir que: ‘Así pues ni el desorden inherente al momento de inspiración poética era suficiente para proteger la poesía de los criterios de valor aplicados por la lógica, ni tampoco la fría e innoble imitación tocaba nunca las cuerdas del corazón’ (véase Flitter, Teoría y crítica del romanticismo español, 155). 13Enrique Gil y Carrasco, ‘Amor venga sus agravios’ (1838), en Obras completas, 401–05 (p. 403). 14Iarocci, Enrique Gil y la genealogía de la lírica moderna, 18. 15Enrique Gil y Carrasco, ‘Doña Mencía’ (1838), en Obras completas, 407–15 (pp. 408–09). 16Flitter, Teoría y crítica del romanticismo español, 233. 17Enrique Gil y Carrasco, ‘Macbeth’ (1838), en Obras completas, 419–27 (p. 421). 18Enrique Gil y Carrasco, ‘Un día de campo o el tutor y el amante’ (1839), en Obras completas, 437–39 (p. 437). 19Es más, al intentar definir el drama moderno en general, afirma que su base está en el estudio del individuo en vez de la colectividad, lo cual le lleva a unas observaciones generales en las cuales la distinción entre drama romántico y drama costumbrista se hace bastante borrosa: ‘Y como en éstas épocas de prosperidad y de progreso está la razón humana en posesión de todas sus facultades y fueros y como el análisis es su más natural ejercicio, claro está que la poesía de las sociedades desenvueltas ya y perfeccionadas ha de ser analítica también, grave, profunda, detenida. Por eso refleja y pinta la sociedad no en su conjunto, sino en sus partes; no en un solo cuadro, sino en una galería de diversas pinturas’. Véase Enrique Gil y Carrasco, ‘El conde don Julián’ (1839), en Obras completas, 447–52 (pp. 448–49). Como ocurre con muchos escritores de su generación, el rechazo de la Ilustración tan de moda entre los románticos se hace en términos que dejan traslucir la profunda influencia estética e intelectual de una época en la otra. 20La base conservadora tanto del romanticismo histórico español y del costumbrismo ha sido señalada por varios críticos y se puede resumir en la observación de Donald Shaw de que: ‘cabe afirmar que el costumbrismo está estrechamente relacionado con el nacionalismo cultural. Su tradicionalismo latente constituía hasta cierto punto una respuesta a la sensación vaga de que la modernidad, que iba imponiendo la hegemonía burguesa en una sociedad hasta muy recientemente mucho más aristocrática y feudal, podía traer consigo el peligro del descubrimiento de la diversidad de los varios grupos de españoles y producir una visión nacional más fragmentada’ (véase Shaw, ‘La pintura … festiva, satírica y moral de las costumbres populares’, 301). Véase también el análisis de la ‘nostalgia’ típica del costumbrismo en Ermanno Caldera, ‘La vocación costumbrista de los románticos’, 45–52. 22Enrique Gil y Carrasco, ‘Bosquejo de un viaje a una provincia del interior’ (1843), en Obras completas, 302–45 (p. 302). 21Gullón capta la manera en que los artículos sobre monumentos nacionales de Gil y Carrasco unen lo sentimental, lo estético y lo político al decir: ‘Cuando al transcurrir los años, nuevas paredes henchidas de historia amenacen derrumbarse, el alma del poeta vibrará por el dolor de la muerte que a todo alcanza: a los seres inanimados como a los hombres, y cantará su angustia por la destrucción de lo en apariencia más firme y asentado’ (véase Gullón, Cisne sin lago, 36). La misma mezcla de motivos animará la publicación por Bécquer de Historia de los templos de España años después. 23Enrique Gil y Carrasco, ‘Los maragatos’ (1839), en Obras completas, 260–63 (p. 263). 24Picoche, Un romántico español, 208–09. 25Enrique Gil y Carrasco, ‘El pastor trashumante’ (1843), en Obras completas, 274–80 (p. 277). 26Enrique Gil y Carrasco, ‘Diario de viaje’ (1844), en Obras completas, 359–99 (p. 364). 27Iarocci, Enrique Gil y la genealogía de la lírica moderna, 128–37. 28Iarocci, Enrique Gil y la genealogía de la lírica moderna, 81. 29Enrique Gil y Carrasco, ‘El lago de Carucedo’, en Obras completas, 221–50 (pp. 222–23). 30Véanse Iarocci, Enrique Gil y la genealogía de la lírica moderna, 87–96 y Picoche, Un romántico español, 187–93. 31Enrique Gil y Carrasco, ‘El segador’ (1843), en Obras completas, 280–84 (p. 280). 32Picoche, Un romántico español, 209. 33Iarocci, Enrique Gil y la genealogía de la lírica moderna, 49.
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