Artigo Revisado por pares

El feliz cautiverio de Gonzalo Guerrero

2006; University of Pennsylvania Press; Volume: 74; Issue: 1 Linguagem: Espanhol

10.1353/hir.2006.0009

ISSN

1553-0639

Autores

Persephone Braham,

Tópico(s)

Mexican Socioeconomic and Environmental Dynamics

Resumo

En los albores del siglo XVI Gonzalo Guerrero, el primer náufrago americano, optó por integrarse en la vida de sus captores. Repudiado durante siglos por traición a su raza, Gonzalo Guerrero se ha convertido en un icono del mestizaje y de la resistencia contra la conquista del Yucatán. Su rehabilitación retórica en el siglo XXI descubre la nostalgia irreflexiva del viajero ante el territorio de su deseo. Anhelosos de alejarse del espacio de nepantla, u orfandad cósmica, los promulgadores del icono articulan a su vez una fábula represiva: al "recuperar" una unión mítica, disimulan el conflicto y la diferencia en un simulacro de armonías perdidas. El Relato de Gonzalo Guerrero, una crónica de orígenes debatidos, elude estas fórmulas fáciles: el texto no ofrece conclusiones concretas sobre el valor moral de la conquista y la difícil transculturación que es el presunto arranque de la modernidad mexicana. Sin embargo, los hechos de su existencia y promulgación dentro del contexto de esta tradición reclaman la atención de quienes estudian la producción y el vigor de los iconos nacionales. Gonzalo Guerrero y su mejor conocido compañero, Jerónimo de Aguilar, fueron los náufragos originales en la historia de América. Su nave se fue a pique en 1511 con unos 20 miembros más de la tripulación de Pedro de Valdivia procedente de Darién. Tras un espantoso viaje en lancha, los pocos sobrevivientes desembarcaron en la costa del Yucatán cerca de Tulum, donde cayeron casi inmediatamente en manos de los indígenas de la región. Según las crónicas, algunos fueron sacrificados en el acto, y los demás acorralados con destino a la cocina del enemigo. La fuga de estos cautivos fue tan breve [End Page 1] como inevitable, y todos terminaron nuevamente detenidos menos Guerrero y Aguilar, quienes huyeron tierra adentro. Allí, como se sabe, Jerónimo Aguilar pasó ocho años de esclavitud antes de ser rescatado por Cortés en 1519. Su historia es ejemplar: escribe el cronista Diego de Landa que, al ver las naves de Cortés, "Aguilar les preguntó si eran cristianos y respondiéndole que sí, y españoles, lloró de placer y puestas las rodillas en tierra dio gracias a Dios y preguntó a los españoles si era miércoles" (47). Por ocho años Aguilar había seguido en su libro de horas el calendario cristiano; y se internó de nuevo en el tiempo y la tradición españoles, haciéndose notoriamente servicial cuando sirvió de lengua durante la conquista del imperio azteca. El otro cautivo tuvo un destino muy distinto: Gonzalo Guerrero acabó en Chetumal, donde según varios documentos históricos, se perforó las orejas y se hizo tatuar; se casó con una princesa maya, la hija del cacique Nachan Can; y con ella tuvo una abundante progenie. Rehusó reintegrarse a los españoles—fue reclutado a instancias de Hernán Cortés en 1519, y de nuevo por Francisco de Montejo en 1528—, y varios cronistas lo ubicaron en la vanguardia de la resistencia maya hasta su muerte en el campo de batalla en el año 1536. Tradición e icono La historia de Gonzalo Guerrero es un conjunto de crónicas leyendas y rumores no necesariamente fidedignos, y hay por lo menos un historiador que duda incluso si el hombre existió, o si es tal vez una fábula o un romance colectivo (Jones 28). No obstante, la tradición de Guerrero sigue fascinando a historiadores, novelistas, dramaturgos y cineastas, políticos y sociedades cívicas, quienes la emplean para sustentar una gama de proyectos ideológicos. Mientras los cronistas contemporáneos (en su mayoría) lo denunciaron como traidor y adversario a la misión española en Tierra Firme, las perspectivas modernas lo elogian como el Padre del Mestizaje, el máximo representante de...

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