Artigo Revisado por pares

¿Oligarquía o elites? Estructura y composición de las clases altas de la ciudad de Buenos Aires entre 1880 y 1930

2007; Duke University Press; Volume: 87; Issue: 1 Linguagem: Espanhol

10.1215/00182168-2006-087

ISSN

1527-1900

Autores

Leandro Losada,

Tópico(s)

History and Politics in Latin America

Resumo

De acuerdo a la visión clásica, Latinoamérica atraviesa en el último cuarto del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX una transformación estructural definida como modernización. Los rasgos más emblemáticos de esta modernización incluyen la incorporación definitiva de la región a la economía mundial capitalista, el ordenamiento de instituciones políticas que clausuran las conflictivas décadas postindependientes, una ampliación política hacia regímenes republicanos y democráticos, urbanización, crecimiento demográfico e inmigración extranjera. Recurriendo a un trabajo pionero en la reflexión de estos problemas para el caso argentino, este período asiste a la transición de una sociedad tradicional a una sociedad de masas, cuyas más nítidas manifestaciones tuvieron como escenario privilegiado a la región litoral y en particular a la ciudad de Buenos Aires.1 Sin embargo, esta visión enfocada en los cambios estructurales de la sociedad argentina ha coexistido con otra imagen bastante extendida sobre los sectores dominantes de este período, que tendió a retratarlos como un reducido y homogéneo círculo social que durante gran parte de este arco temporal controló las riendas de la política y la economía y coincidió a su vez preponderantemente con las familias tradicionales de la sociedad. En esta caracterización, la idea de la dominación de una oligarquía indiferenciada es posiblemente la definición más distintiva.2El propósito de este trabajo es abordar la estructura y composición de las elites porteñas, buscando poner en juego el impacto que habrían tenido sobre ellas las transformaciones sociales, económicas y políticas que atraviesan a la Argentina (y en particular a la propia ciudad de Buenos Aires) entre 1880 y 1930. Las caracterizaciones tradicionales de los sectores dominantes señaladas líneas arriba asumen presupuestos de distinta índole. Por un lado, mantienen que el poder económico (asociado a su vez con la gran propiedad de la tierra en la pampa húmeda, a causa de la orientación agroexportadora de la economía argentina en estos años) y el poder político (el control del Estado) son recíprocamente necesarios y están indisolublemente unidos en manos de un único sector social. Se plantea entonces un escaso reconocimiento a la autonomía de lo político, y se deriva y se propone, a su vez, una semblanza irracional o parasitaria de los mecanismos por los cuales esa clase dominante habría construido su posición gravitante en la economía, y de su carácter como actor económico. Es el control del Estado, y no del mercado, el que favorece la construcción de riqueza y poder económico a través del control de grandes propiedades agropecuarias; el poder político es un agente al servicio de los intereses de la clase económicamente dominante.3En segundo lugar, estas caracterizaciones asocian mecánicamente función y posición en la sociedad, o en un sentido más amplio, poder, riqueza y prestigio. La dominación social (a través del ejercicio de la política, de la capacidad de influencia que otorga la riqueza, etc.) está en manos de la clase alta de la sociedad, en referencia a aquellos que, sobre su posición objetiva, gozan de un plus adicional: cierta distinción social no sólo ante la sociedad en general sino también en el universo más definido de las elites porteñas. Por último, precisamente derivada de esta caracterización e implícitamente subyacente a ella, está la idea de que no se registrarían en el pináculo de la sociedad los efectos del proceso de modernización: antes que una pluralidad de elites derivada de la diversificación y autonomización de las distintas dimensiones sociales que provoca la modernización, además de la recomposición esperable por el impacto de la inmigración masiva y de la movilidad social que definen a la Buenos Aires de estos años, encontraríamos entonces una estática, homogénea y polifuncional clase dominante.4La renovación historiográfica que comenzó a operarse en la Argentina desde los años 1970 revisó y refutó en gran medida esta visión tradicional de los sectores dominantes y a partir de ello, repensó las categorías desde las cuales definirlos.5 Por ejemplo, Natalio Botana circunscribió el concepto de oligarquía para referirse a la clase política hegemónica desde 1880, año que precisamente representa la consolidación de la unidad política argentina y del Estado nacional al sofocarse la sublevación de la provincia de Buenos Aires. El corolario de este triunfo nacional fue la conversión de la hasta entonces capital provincial de Buenos Aires en capital federal de la República. La hegemonía oligárquica duró hasta la reforma electoral de 1912, que estableció el sufragio secreto, obligatorio y universal para la población masculina. Las primeras elecciones presidenciales desenvueltas con la nueva ley en 1916 llevaron al gobierno a la Unión Cívica Radical, el partido de oposición más significativo al “orden conservador” de 1880 – 1916. La oligarquía, según Botana, entonces es una clase política con resortes propios de poder — el control del Estado Nacional — , no necesariamente atravesada por el consenso, y que no se confunde estrictamente con la elite económicosocial en un sentido más amplio ni se extiende para definir las características de un grupo social.6Asimismo, una extensa y rica corriente historiográfica inscripta en problemas de historia económica ha logrado demostrar que el perfil de los grupos económicamente dominantes hacia el último cuarto del siglo XIX se sostiene sobre ejes nítidamente opuestos a los que afirmaban las señaladas visiones tradicionales, tanto en las modalidades de tenencia de la tierra, como por alentar una importante innovación técnica y tecnológica. A pesar de que postulan caracterizaciones claramente contrapuestas, trabajos como los de Jorge Sábato sobre la “clase dominante” o los más recientes de Roy Hora sobre la “burguesía terrateniente” coinciden en última instancia en destacar la racionalidad económica de esos actores, como circunscribir dichas categorías a una dimensión también estrictamente económica. El trabajo de Hora, en especial, plantea los problemas que habría tenido la elite económica en otras esferas, como la política.7 Análisis relativamente recientes de Halperin, a su vez, ofrecen importantes aportes para devolver matices al retrato de los sectores dominantes de la Argentina a lo largo del siglo XIX y en el cambio hacia el XX. En sus reflexiones sobre las complejas y no necesariamente armónicas relaciones que vincularon a los círculos gravitantes en la economía, la política y las ideas, Halperin ha tendido a hablar más de “elites” que de una única o indivisa “elite”.8El concepto elite tiene una potencialidad significativa, quizá de manera paradójica, en la pluralidad de connotaciones con que fue vertido desde la llamada teoría de las elites. En particular, los distintos sentidos que Vilfredo Pareto dio a este concepto permiten emplearlo de varias maneras. Por un lado, se puede aplicar a una minoría selecta que conduce a la sociedad — una elite social en un sentido amplio, polifuncional o multiimplantada — . Este sentido supone una concepción de la estratificación social cercana al modelo de las llamadas sociedades tradicionales, en tanto contrapone esa minoría a una vasta mayoría indiferenciada.9 Por otro lado, el término puede aplicarse a los círculos sociales en posiciones de superioridad en las varias dimensiones de la sociedad (política, económica, cultural, etc.).10 Este último sentido ha sido revalorizado por distintas corrientes de investigación, no sólo historiográficas sino también sociológicas (tanto los enfoques constructivistas como los estructuralfuncionalistas), para captar la pluralidad y complejidad de las altas esferas de la sociedad y pensar los matices que recubren a las relaciones entre posición social y dominación social.11A pesar de estos sugestivos y atractivos lineamientos, no abundan los trabajos historiográficos para el puente del siglo XIX al siglo XX que recuperen estas contribuciones con un acercamiento amplio y de conjunto, y más propiamente orientado a indagar en la composición y estructura de los sectores dominantes de la ciudad de Buenos Aires en el contexto de la modernización. Para buscar antecedentes de este tipo de aproximación, deberíamos remontarnos a los trabajos que realizó el sociólogo José L. de Imaz en los años 1950 y 1960 siguiendo los entonces contemporáneos estudios del sociólogo Gino Germani, aunque no encontramos una sólida línea de investigaciones que los hayan continuado.12 Sin dudas, desde entonces han aparecido valiosos trabajos para la ciudad de Buenos Aires que, desde una aproximación metodológica similar a la desarrollada aquí — la prosopografía — ofrecen aportes relevantes. Sin embargo, se concentran sobre sectores o grupos más específicos (por ejemplo, la clase política, la elite económicosocial o clubes sociales como el Jockey Club).13En consecuencia, aparece un significativo interrogante al acercarse a las altas esferas de la sociedad porteña del período 1880 – 1930: ¿debemos referirnos a un universo social relativamente homogéneo, y desde allí, a una elite unívoca e indivisa que conjuga o controla los distintos ejes que hacen a una posición de prioridad social (poder político, riqueza, prestigio, etc.); o, en cambio, ¿se delinea un panorama más variado, correspondiente a la existencia de elites específicas para cada dimensión social?Para contestar a esta pregunta, aquí se emprende un trabajo prosopográfico estructurado sobre un conjunto de variables consideradas significativas para ocupar una posición de gravitación: poder político, riqueza, prestigio social, “saber” (o capital cultural) y orígenes familiares. Así, se han conjugado variables ocupacionales (a falta de un término más apropiado, en tanto es impreciso establecer hasta qué punto la participación en determinada esfera de la sociedad implica, recurriendo a Weber, sino un “vivir de”, sí al menos un “vivir para” a comienzos del período) y otras más propiamente simbólicas (como el prestigio).14 El análisis se realizó sobre una muestra aleatoria sistemática de 347 individuos, distribuida en tres cortes temporales (1885, 1905 y 1925). Estos individuos cayeron en al menos uno de los siguientes grupos: políticos, directivos de corporaciones económicas (de aquí en más, DCE), directivos de clubes sociales (en adelante, DCS) y profesores universitarios.Las variables se definieron sobre los siguientes indicadores:En segundo lugar, los indicadores para la selección de los casos de la muestra fueron:La naturaleza de la sociedad argentina de aquella época delimitaba en gran medida la vida pública a los hombres; por este motivo la muestra emerge de un universo exclusivamente masculino.La muestra incluye entonces 136 directivos de clubes sociales, 94 directivos de corporaciones económicas, 63 políticos y 54 profesores universitarios. Se obtuvo información para el 87 por ciento de ellos. Es importante subrayar que la diferencia en el número de casos en cada grupo “ocupacional” no implica sesgos en los resultados obtenidos. Metodológicamente fueron entendidos como diferentes categorías de análisis para abordar un universo social considerado formalmente común en principio (las altas capas porteñas), y no como grupos sociales históricamente existentes. Avanzar en este sentido es un resultado posible, pero no un punto de partida.15 El objetivo perseguido con la reconstrucción prosopográfica, por lo tanto, es averiguar hasta qué punto los participantes en cada esfera social (la política, la vida económica, la sociabilidad distinguida y la vida universitaria) también participaron (o no) en aquellas otras dimensiones distintas a las de su vía de ingreso a la muestra. También se comparan los participantes en cada esfera a estudiar en cuanto a sus orígenes familiares. Aún con las limitaciones explicativas intrínsecas de la prosopografía como opción metodológica, se sostiene que un acercamiento a las altas capas sociales porteñas desde diferentes vías de acceso y un análisis de su entrecruzamiento recíproco permiten obtener evidencias significativas sobre el grado de homogeneidad o heterogeneidad relativa en su composición y estructura, y su evolución a lo largo del período aquí considerado.16 Asimismo, este trabajo no sólo nos permitirá caracterizar el grado de unidad o diversidad de los sectores más encumbrados en los distintos campos, sino también obtener un panorama sobre la composición social de cada uno de dichos sectores.Un punto central, entonces, consiste en preguntarse si estamos frente a una elite, o varias, y cuándo es apreciable uno u otro rasgo. En este sentido, las características de los casos de nuestra muestra, el grado de uniformidad entre sus perfiles sociales, y su evolución en el tiempo constituyen una valiosa vía de entrada al problema. Distintas preguntas se recortan para avanzar en esta dirección: ¿qué grado de superposición y de proximidad social existe entre nuestros casos? ¿puede identificarse un conjunto de individuos con actuaciones en múltiples esferas de la sociedad, o por el contrario, más definidamente volcados a determinadas dimensiones? ¿qué vínculos se delinean entre capitales socialmente gravitantes como el prestigio, el poder, el saber y la riqueza? ¿cómo evolucionan todos estos aspectos a lo largo del período?El cuadro 1 presenta el entrecruzamiento entre nuestros casos y desde allí la importancia relativa de las variables incluidas en el análisis. En un sentido horizontal se computa la actuación de las diferentes clases de casos en cada año, en las distintas variables consideradas. En un sentido vertical puede apreciarse la evolución de cada variable, para cada clase de casos. En “Total del período” se puede notar el peso relativo de cada variable para el total general de cada “tipo” de casos (es decir, de los tres años considerados). Es apreciable que en 1885 una importante mayoría de nuestros casos proviene de un universo social relativamente común. Así, estaríamos frente a una elite relativamente homogénea y polifuncional, cuyos integrantes están socialmente próximos y conjugan diversos capitales gravitantes. En 1885, el poder político, el prestigio social y la riqueza se distribuyen en proporciones significativas y relativamente similares entre políticos, directivos de corporaciones económicas y directivos de clubes sociales. Casi la mitad de los DCS ocupan cargos políticos y prácticamente todos tienen una destacada posición económica, y los políticos demuestran esta misma característica en una parecida proporción (95 por ciento). Es similar también la proporción de DCE y de políticos con membresía en clubes sociales distinguidos (62,5 y 68,5 por ciento, respectivamente).El único contraste relativamente significativo es que sólo un tercio de los DCE ocupa cargos políticos, en comparación con los DCS, de quienes casi la mitad participan en la esfera política. Aún así, son los profesores universitarios quienes menos próximos estarían, comparativamente, con el resto de la muestra si nos atenemos a los indicadores económicosociales. Sólo un tercio de ellos son miembros de clubes sociales (contra el 65 por ciento promedio de los DCE y políticos), y sólo la mitad disfruta de un destacado status económico (contra prácticamente la totalidad de los DCS y los políticos). En este sentido, se observan interesantes contrastes entre este período y momentos anteriores del siglo XIX, como también cambios significativos a lo largo de este mismo arco temporal. Veamos uno y otro punto con mayor detenimiento.Para el período en su conjunto, es posible identificar una más cercana relación entre prestigio y riqueza, que entre prestigio, participación política y actuación académica. Por ejemplo, los directivos de clubes sociales, si se observan sus indicadores globales de los tres años incluidos en el análisis (“Total del período” del cuadro 1), se caracterizan con mayor conformidad por la riqueza que por la participación política o académica: el primer rasgo define al 83 por ciento de ellos, mientras que los dos últimos, al 32,3 y 17 por ciento respectivamente. Entre los políticos y los profesores universitarios, la riqueza no es un atributo tan extendido como entre los DCS: para el total del período, dicha variable caracteriza al 73 por ciento de los políticos (proporción que disminuye de un 95 por ciento en 1885 a un 50 por ciento en 1925) y al 40 por ciento de los profesores universitarios. De manera concomitante, la participación de los DCE en clubes distinguidos tiene índices más estables que la de los políticos o profesores universitarios. O al menos, sus índices culminan en una tendencia de crecimiento (pasan de 55 a 70 por ciento entre 1905 y 1925), mientras que entre políticos y profesores universitarios se reducen en este mismo lapso (de 77 a 50 por ciento, y de 63 a 46 por ciento, respectivamente). Al mismo tiempo, la proporción de DCE que ocupa cargos políticos — como sucedía también entre los DCS — no es muy significativa (23,4 por ciento para todo el período). Este es un indicador sugestivo si se considera que los casos incluidos en nuestra muestra son individuos de alta posición económica con una importante figuración social al estar al frente de corporaciones o entidades económicas.La interrelación entre prestigio, poder, riqueza y saber que se desprende de estos índices, entonces, sugiere un cambio interesante respecto de la que caracterizara a la Buenos Aires de mediados de siglo XIX. Por entonces, como ha demostrado Pilar González Bernaldo, la actuación política, el perfil intelectual y la gravitación económica eran ejes con un peso relativamente similar en la alta sociedad porteña, aunque paulatinamente la riqueza y el poder económico comenzaran a adquirir mayor relevancia.17 Estos cambios tienen una sugestiva expresión en el propio campo de la alta sociabilidad. Es interesante que junto al Club del Progreso — centro social creado en 1852, emblema de la Buenos Aires “gran aldea” anterior a las grandes transformaciones sociales del fin de siglo, y en cuyo perfil fundacional la dimensión política había tenido una gravitación relevante — encontremos al Jockey Club, fundado en 1882 y símbolo para el caso porteño de un proceso de “aristocratización” y refinamiento de conductas y consumos alentado por la belle époque de preguerra (como lo figura su móvil inicial, el aliento a la cría de caballos de carrera), una tendencia por lo demás extendida entre las burguesías de occidente de entonces.18 Así, si se desagrega la membresía a uno y otro club entre nuestros casos, se aprecia que la pertenencia al Jockey es mayoritaria en todos ellos, lo cual refleja su afirmación institucional en este período. Pero a su vez, su preeminencia es equilibrada entre políticos y profesores universitarios y más acentuada entre los directivos de corporaciones económicas. El 47,5 por ciento de los políticos se afilian al Jockey y un 40,7 por ciento al Progreso; entre los profesores universitarios, las cifras son 32,7 y un 26,6 respectivamente. En cambio, el 51,5 por ciento de los DCE son socios del Jockey pero sólo el 23,5 lo son del Progreso. Paralelamente, la actuación económica es un rasgo más preponderante entre los círculos directivos del Jockey que entre los del Progreso: alcanza a un 93 por ciento de los primeros y a un 65 por ciento de los segundos. Mientras que la actuación política, menos significativa en ambos grupos, es ligeramente mayor entre los del Progreso (38 por ciento) que entre los del Jockey (31 por ciento).19En suma, los casos de nuestra muestra que pertenecen al club social que nace y se consolida en este período (el Jockey Club) reflejan la relación entre prestigio y riqueza que se afirma en estos años. Agreguemos que es sintomático de los cambios que atraviesan a la construcción de prestigio social en el cambio de siglo, que la pertenencia al Jockey aparezca como un capital más valioso que la membresía al Progreso para acceder a la entidad más exclusiva de la ciudad, el Círculo de Armas. Esta sociedad, creada en 1885, a diferencia del Progreso y del Jockey, estableció un tope máximo de socios (400).20 Entre nuestros políticos, académicos y directivos de corporaciones económicas se identifican 44 socios del Círculo de Armas. Sólo 2 lo son además del Club del Progreso. Un tercio (15) son conjuntamente socio del Jockey y del Club del Progreso. Y más de la mitad (25) son socios del Jockey pero no del Progreso (los dos casos restantes de los 44 habrían sido sólo socios del Círculo de Armas — no pudo consignarse que fueran miembros del Progreso o del Jockey —). De igual manera, más de la mitad de los directivos del Jockey de nuestra muestra son socios del Círculo de Armas (45 sobre 80), mientras entre los directivos del Progreso sólo lo son un 18 por ciento (10 de 56).21Por lo tanto, la cercana relación entre gravitación económica y gravitación social que se vislumbra en nuestra muestra se recorta como un signo de las huellas que provoca la consolidación de una economía capitalista en la estratificación social, y sobre ello, en el perfil de las altas capas porteñas en comparación con las características de este mismo segmento social a mediados del siglo XIX. Este proceso, delineado ya desde el tercer cuarto del siglo XIX, se afirma en sus dos últimas décadas gracias a la integración territorial del país favorecida por las campañas de apropiación de tierras hasta entonces ocupadas por indígenas, la normalización políticoinstitucional alcanzada en 1880 (unidad política y consolidación del Estado Nacional) y la apertura a capitales y obreros extranjeros que aparejarán una modernización y complejización de la estructura económica argentina y su definitiva incorporación a la economía mundial como exportador de materias primas agropecuarias.22 Resulta de interés, entonces, acercarse más detenidamente al vínculo entre riqueza y posición social a lo largo de este período.Al respecto, una pregunta clave es la relación entre la propiedad de la tierra y el status económico, teniendo en cuenta que por la orientación agroexportadora de la economía argentina, constituiría un importante eje de riqueza y poder económico, así como de prestigio social.23 Su incidencia es efectivamente alta: del total de casos con participación en el campo económico (169, excluidos los DCE, para evitar sobrerrepresentaciones), un 78 por ciento de ellos (133) son terratenientes, o en su defecto, pertenecen o provienen de familias terratenientes de la pampa húmeda. Se distribuyen también de una manera bastante regular a través del tiempo: son 48 casos en 1885, 44 en 1905 y 41 en 1925. Entre ellos se cuentan apellidos vinculados a la “vanguardia” terrateniente que avanzó en la complejización de las actividades productivas en el agro pampeano del cambio de siglo: Anchorena, Bosch, Casares, Casey, Cobo, Leloir, Luro, Martínez de Hoz, Santamarina (significativamente, todos presentes en las comisiones directivas de los clubes distinguidos de la ciudad).24 Con todo, detrás de este índice pueden vislumbrarse también los cambios que atravesaron a la propiedad de la tierra y a su lugar, sino como signo de prestigio social y de riqueza, sí en exitosas trayectorias en el mundo de los negocios.Ante todo, nuestra muestra devela la importante movilidad de la tierra en el cambio de siglo, reflejo de la consolidación plena de un mercado de tierras (a pesar del encarecimiento que implicó el agotamiento de la “frontera abierta” hacia mediados de los años 1910) y de la huella de las sucesiones patrimoniales. En 1885, pueden identificarse 24 casos pertenecientes a grupos familiares propietarios de más de 10.000 ha en la provincia de Buenos Aires.25 De ellos, 11 pertenecen a ese selecto grupo entre 1890 y 1900 pero no lo son a fines del período, hacia 1920/1930. Los otros 13 lo integran a lo largo de todo este arco temporal, entre 1880 y 1930. De los 24 casos de 1885, entonces, ninguno es parte de los propietarios de más de 10.000 ha por haber logrado acumular esa cantidad de tierras a fines de nuestro período, entre 1920 y 1930. El panorama cambia al ver los casos de 1925. En la muestra de ese año, tenemos 22 casos pertenecientes a familias terratenientes de más de 10.000 ha. Cinco lo son sólo a comienzos del período, entre 1890 y 1900 (algo menos de la mitad de los casos de 1885). Otros 5 alcanzan esa categoría en 1920/30 (frente a ninguno que lo hubiera hecho entre los de 1885). Los restantes 12 se mantienen entre los grupos propietarios de más 10.000 ha. tanto a comienzos como a fines de nuestro arco temporal. Es decir, aún cuando en uno y otro momento predominan los grupos propietarios que se mantienen por encima del umbral de las 10.000 ha. a principios y finales del período, una sugestiva proporción sólo lo habría sido en el contexto cercano a su año de pertenencia a nuestra muestra. Así, en 1925 cerca de la cuarta parte de los grandes grupos terratenientes observables en la muestra eran “nuevos” (habían superado las 10.000 ha. entre 1920 y 1930), mientras que alrededor del 45 por ciento (11 sobre 24) de los casos de 1885 fueron parte de los grupos terratenientes de más de 10.000 sólo por entonces, en el fin de siglo.Por otro lado, las trayectorias de algunos casos provenientes del final de nuestro período sugieren que su éxito se basó en una adaptación oportuna a las nuevas circunstancias de la economía argentina después de la primera guerra mundial, un escenario caracterizado por mayores dificultades relativas para el sector agropecuario (especialmente para la ganadería en los primeros años veinte), por la alteración del frente externo con la “relación triangular” con los Estados Unidos (convertido en principal acreedor e inversor) y Gran Bretaña (principal comprador), por el crecimiento de la importancia relativa del sector industrial en la economía nacional y por el desaceleramiento del ritmo de crecimiento.26El caso de Vicente R. Casares (directivo del Jockey Club en 1925) puede ser ilustrativo al respecto. Vicente R. era hijo de un emblemático representante de la vanguardia terrateniente del cambio de siglo, Vicente L. Casares, fundador de la empresa agroindustrial La Martona y el primer exportador de trigo y manteca a Inglaterra. Como grupo propietario de tierras, los Casares retienen un lugar nítidamente destacado a lo largo de todo nuestro arco temporal: poseen más de 75.000 ha en 1890/1900 y más de 100.000 en 1920/30. Sin embargo (a causa del aumento en el número de integrantes de la familia) el promedio por titular también se reduce: de 18.769 ha por titular en 1890/1900 a 7.176 ha por titular en 1920/1930.27 Indudablemente, este promedio más reducido es nítidamente significativo, teniendo en cuenta además la valorización de la propiedad de la tierra luego del agotamiento de la frontera abierta. No obstante, lo cierto es que la inscripción de Vicente R. en el mundo económico trasciende ya al sector agropecuario y a la empresa familiar de La Martona (de la que era director desde la muerte de su padre en 1910). Así fue, por ejemplo, también director de la Buenos Aires Compañía de Seguros, director de la empresa maderera del Chaco argentino La Forestal y miembro del directorio de YPF, la empresa petrolera estatal creada en 1922. Esta actuación muestra entonces una inscripción más decidida en nuevos sectores de la economía.28En este sentido, la trayectoria de Vicente R. es la cara opuesta del destino de otros descendientes de la vanguardia terrateniente del cambio de siglo (así lo mostraría, después de todo, su exitosa inscripción social — directivo del Jockey Club — además de la propiamente económica). Estos otros, por diversas circunstancias (una menor cantidad de propiedades que implicaba riesgos más sensibles de descapitalización frente al desprendimiento de tierras; las crecientes sumas de capital que exigían sucesivas reinversiones y las dificultades para incorporar nuevas superficies — costado negativo de la valorización de la tierra seguida al agotamiento de la frontera abierta — ; y la fragmentación que aparejarían las sucesiones patrimoniales) experimentaron un deterioro de su situación socioeconómica en los años veinte y treinta, como lo ha planteado recientemente Roy Hora para el caso de la familia Senillosa.29Todo esto sugiere, entonces, las dificultades que presentaba un capital fijo como la tierra frente a la necesidad de flexibilidad y al reacomodamiento de inversiones en respuesta a las transformaciones económicas consolidadas desde mediados de los años 1910. Y asimismo, marca que en la construcción de una posición social prestigiosa, la posesión de riqueza encuentra un gravitante eje adicional en su conjugación con aptitudes empresariales. En otras palabras, se desprende un perfil lejano al de los rentistas parasitarios que proponían interpretaciones como las citadas al comienzo de este artículo.Un segundo eje relevante desprendido de los índices del cuadro 1 es una apreciable diversificación y especialización de campos sociales provocadas por las transformaciones que recorren a la sociedad desde el último cuarto del siglo XIX.Las ponderaciones concernientes al lugar de la política y los políticos ofrecen interesantes puntos de interés al respecto. Si durante el “orden conservador” extendido entre 1880 y 1916 la política estaba en manos de “notables” (esto es, de individuos en posiciones gravitantes en la sociedad y la economía, como lo muestra el hecho de que un 95 por ciento de los políticos en 1885 tenía una destacada posición económica y casi el 70 por ciento pertenecía a la sociabilidad distinguida) ello no debería conducir a afirmar que todos los “notables” eran políticos. Tradicionalmente se considera que la reforma electoral de 1912 y el cambio de régimen aparejado por el triunfo de la Unión Cívica Radical con Hipólito Yrigoyen en 1916 (partido que fue el nuevo oficialismo hasta el golpe de estado de 1930) marcan un hito en la vida política.30 No

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