El monopolio estatal del mercurio en Nueva España durante el siglo XVIII
2002; Duke University Press; Volume: 82; Issue: 4 Linguagem: Espanhol
10.1215/00182168-82-4-685
ISSN1527-1900
Autores Tópico(s)Politics and Society in Latin America
ResumoA comienzos del siglo XVIII, Nueva España, sustituyendo definitivamente a Perú, se convertiría en pieza clave de los flujos financieros que sostenían el Imperio Español.1 Y ello, gracias al ininterrumpido crecimiento de las voluminosas transferencias de excedente fiscal (ingresos menos gastos de la Hacienda Real) desde Nueva España a la metrópoli y otras colonias.2 Hacia 1800, esas transferencias alcanzaban una magnitud muy importante sea cual sea el indicador elegido.3 Es probable que ningún otro estado colonial moderno o contemporáneo haya logrado una extracción de recursos tan intensa y duradera de una de sus posesiones.4 Ello fue posible gracias al rápido crecimiento de la recaudación fiscal en Nueva España durante el siglo XVIII.5 Ya desde la década de 1760, el resultado perceptible es la duradera y creciente “sobreimposición” respecto a la metrópoli y una elevada presión fiscal.6La historiografía del México borbónico suele presentar un estado colonial autoritario. Ese estado carecería, sin embargo, de fuerza “infraestructural”, esto es, de poder para coordinar la sociedad civil.7 Por tanto, sería, en realidad, un estado “débil” en el sentido de Weiss y Hobson.8 En el México borbónico, y, particularmente, durante el reformismo, nos encontraríamos con un hecho un tanto singular, como es la contradicción entre (1) la constatada gran capaci-dad de un estado colonial y no representativo para extraer recursos hasta finales del siglo XVIII sin enfrentarse a una contestación sistemática, y (2) el supuesto aislamiento del estado respecto de la sociedad y la consiguiente dificultad para lograr la cooperación entre los principales actores políticos y económicos. Esta interpretación habitual no es del todo consistente con (1) el crecimiento económico de la colonia,9 (2) la colaboración en el proyecto reformista entre el estado y una parte de la sociedad civil, y (3) los cambios perceptibles en el comportamiento del estado.Parecería como si la historiografía, tras unos elogios excesivos al reformismo, se hubiera deslizado últimamente hacia una cierta demonización del estado no menos necesitada de matizaciones. Menos sesgado resulta un enfoque que acepta (1) alguna interacción—mútuamente beneficiosa y con externali-dades positivas—entre el estado y sectores potencialmente influyentes de la sociedad civil y (2) una mínima racionalidad instrumental y cierta eficacia al identificar y perseguir sus objetivos por parte del estado.El estado del México borbónico suele ser enjuiciado globalmente. La burocracia distaría mucho de ser modélica. Ahora bien, recientemente se ha subrayado el positivo papel desempeñado por la burocracia en la experiencia asiática de desarrollo económico.10 Dicho papel no requeriría la ejemplaridad en todas y cada una de las instituciones estatales: es compatible con la persistencia de “pockets of conspicuous inefficiency”.11 Bastaría que algunos cambios importantes se concentrasen en un grupo reducido de organismos bien seleccionados. Salvando las necesarias distancias y evitando anacronismos, esta aproximación podría resultar útil para revisar el papel del estado borbónico en la economía novohispana.Un campo emergente de la economía contribuye también a mejorar nuestra percepción de los condicionantes de la actuación del estado. Se trata de la geografía económica, entendida como una reivindicación del papel desempeñado actualmente por factores geográficos en el desarrollo económico.12 Su aplicación al caso del México colonial parece potencialmente fructífera por dos razones: (1) en las condiciones generales imperantes en el siglo XVIII (atraso técnico, limitada integración de los mercados e ineficiencia institucional), cabe atribuir a a los factores geográfícos una influencia mayor que en la actualidad; (2) el crecimiento “smithiano” se enfrentaba en Nueva España a serios obstáculos de índole natural (distancia a los principales mercados internacionales, accesibilidad al comercio marítimo, cantidad y calidad del suelo cultivable, orografía, densidad de población, recursos hídricos y energéticos, yacimientos de metales no preciosos, costes de transporte interior y exterior) que no han sido suficientemente tenidos en cuenta hasta ahora.13 Estos obstáculos eran menores en la minería, cuya actividad se apoyaba en una abundante dotación de un recurso natural (mineral argentífero) que le hacía internacionalmente competitivo. De ahí que la especialización minera y el apoyo que recibió desde el estado a través de la política económica estuviesen más fundamentados en la racionalidad económica de lo que se ha venido reconociendo.Al menos hasta los prolegómenos de la crisis definitiva del absolutismo español, estado colonial y mercado no parecen haber sido antagónicos sino complementarios en la expansión de la producción de plata. Por su intensidad y duración, esa expansión resulta llamativa en el contexto de una economía preindustrial.14 El concepto miningled growth expresa sintéticamente un componente esencial del crecimiento económico de la Nueva España del siglo XVIII. Favoreciendo por diversas vías al sector minero, la política económica reformista podría haber impulsado el crecimiento económico desde antes y más intensamente de lo que se reconoce en la literatura y haber contado con la colaboración activa de grupos socioeconómicos emergentes interesados en el mining-led growth. Dichos grupos no destacaban entre los más conspicuos defensores del orden establecido, y sí manifestaron cierta creatividad organizativa y técnicocientífica.15 Por otra parte, las relaciones sociales generadas por el sector minero no presentaban la extrema concentración del poder político y económico que habría contribuido a los peores resultados de la Nueva España respecto a otras colonias europeas en América en términos de desarrollo económico.16 No es un axioma que la duradera especialización minera novo-hispana fuese “artificialmente” impuesta por el estado. Más bien, responde a un heterogéneo conjunto de factores: la ventaja comparativa internacional frente a otras alternativas creada por la gran abundancia de yacimientos argentíferos; la atracción ejercida sobre agentes económicos que persiguen sus propios objetivos en un contexto institucional específico menos disuasorio de la iniciativa privada que en España o en otros países europeos; su mayor efecto multiplicador sobre el sector mercantil fiscalizado de la economía novohispana; su compatibilidad con un objetivo estatal presumiblemente preferente como era el maximizar la extracción de recursos al menor coste político. El estado colonial es, pues, una pieza del esquema, pero no la única.¿Por qué ocuparnos del monopolio estatal del mercurio? Antes de responder, una definición ad hoc del monopolio: conjunto de instituciones estatales que intervenían en las actividades comprendidas desde la producción del mercurio en Almadén (España) hasta la venta al público en las Cajas Reales novohispanas. Retomando la pregunta anterior, una primera razón es que el monopolio remite a un elemento tan destacado como debatido en la inter-pretación histórica del siglo XVIII novohispano: el estado. Tras romper con una inercia secular, el monopolio se convirtió pronto—circa 1740—en un eficaz instrumento de una política económica en favor del mining-led growth y continuó siéndolo durante décadas. El monopolio es un buen ejemplo de organismo económico clave en una estrategia reformista “temprana” que no necesitaría extenderse a todo el aparato estatal para dar resultados. Una segunda razón es empírica: el paralelismo entre las evoluciones del consumo de mercurio en Nueva España y las transferencias de excedente fiscal desde la colonia a la metrópoli y el Caribe es tan estrecho que difícilmente podría ser casual.17 Así, el monopolio influía significativamente sobre la Hacienda Real. Y las consideraciones hacendísticas eran decisivas en la política absolutista. Además, la coevolución a largo plazo del consumo de mercurio y las transferencias de excedente fiscal podría constituir un poderoso argumento en favor de la existencia de mining-led growth en la economía novohispana. En tercer lugar, contrastar la afirmación de un observador tan cualificado como Humboldt acerca del importante papel del descenso del precio del mercurio en el aumento de los ingresos de la Hacienda Real y, consiguientemente, de las transferencias, constituye un atractivo reto intelectual.18 En cuarto lugar, pese a la existencia de valiosas monografías, algunos aspectos del monopolio no han sido suficientemente explorados.19 Dichos aspectos—en especial la renuncia voluntaria a maximizar los beneficios del monopolio—resultan singulares y merecen atención no sólo desde la historia de la América colonial sino también desde la economía.La comercialización del mercurio en Nueva España era un monopolio de la Corona desde 1572, cuando se prohibió la venta del metal por particulares.20 Y como tal permaneció hasta finales del período colonial.21 Hasta 1781, la comercialización del mercurio estuvo estrictamente reservada al estado y se efectuaba a través de las Cajas Reales. Ese año se produjo una tímida liberalización que no afectó al grueso del mercurio consumido, que procedía de España.22 Más errática fue la trayectoria de las disposiciones acerca de la producción de mercurio en Nueva España: autorizaciones y prohibiciones se suceden hasta la definitiva libertad de explotación de yacimientos en 1779 a propuesta del Tribunal de la Minería.23Por sus efectos sobre la producción de plata, el monopolio del mercurio ha sido discutido por los historiadores.24 Explícitamente o no, la mayoría probablemente se incline por considerarlo negativo en términos de bienestar social. Los argumentos económicos contra el monopolio se verían reforzados por los de carácter antiabsolutista y anticolonial.25 Ahora bien, la economía también reconoce la existencia de monopolios inevitables.26 Las tres causas convencionalmente empleadas para explicar la aparición de monopolios parecen estar aquí presentes.27 El monopolio controlaba—las minas de Almadén eran propiedad de la Corona desde 1523—un recurso clave muy escaso en la naturaleza conocida, y operó durante largo tiempo bajo una legislación excluyente a la que acabó renunciando. Además, podría constituir también un monopolio natural impuesto por los azares geológicos.28 Se trata, probablemente, de un caso más complejo de lo que ha venido pensándose.29Los abundantes yacimientos de mercurio existentes en Nueva España permanecieron sin explotar.30 Por otro lado, la definitiva desregulación total del mercado del mercurio en 1811 no vino acompañada de beneficios para los consumidores. Las quejas ante el aumento del precio de los mineros, de las Diputaciones y del Tribunal de Minería no tardaron en oírse.31 En 1817, Eguía propuso expulsar a los particulares del comercio del mercurio mediante la compra en España, por el Cuerpo de Mineros, de una gran cantidad de mercurio y la supervisión corporativa de su venta.32 Al año siguiente, el Tribunal de la Minería expresaba sus temores de que el poco mercurio disponible “se le venda por duplicado o triplicado precio, si se deja en manos de los especuladores y negociantes”.33 Elhuyar incluyó la contracción de la oferta y el alto precio del mercurio causados por la desarticulación de la red de distribución estatal entre las causas que explicarían el prolongado hundimiento de la producción de plata en Nueva España tras la Insurgencia.34 Cabe, sin embargo, pensar que esos resultados estuvieron afectados por las especiales circunstancias que, tanto en la colonia (la Insurgencia y sus desastrosas consecuencias económicas) como en la metrópoli (ocupación francesa y crisis del Antiguo Régimen), concurren tras la liberalización.Más inequívocas son las conclusiones que pueden extraerse de lo ocurrido tras la independencia. El encarecimiento del mercurio entre mediados de la década de 1820 y mediados de siglo resulta espectacular, en particular desde 1833.35 La escalada de los precios del mercurio contrasta con el mantenimiento de la producción de plata muy por debajo de los máximos históricos alcanzados en los años inmediatamente anteriores a 1810.36 La explicación del drástico encarecimiento del mercurio no se encuentra, pues, del lado de la demanda novohispana.37 Sí, por el contrario, del lado de la oferta, aunque no en la producción: sin competidores de alguna entidad, Almadén no producía menos mercurio que durante la última fase del período colonial y lo hacía con menores costes.38 El cambio relevante consistió en la constitución por los Rothschild, a comienzos de la década de 1830, de un monopolio internacional del mercurio.39 Un monopolio privado de facto substituyó en México al antiguo monopolio estatal con efectos adversos sobre el bienestar social.Si nos atenemos a los hechos conocidos, parecería que (1) el mercado del mercurio era inseparable del monopolio, fuese éste estatal o privado, y (2) que el primero, al menos durante las últimas décadas del período colonial, era preferible al segundo. En 1814, comentando los efectos de la liberalización, la Junta de Hacienda de Indias se expresaba en términos muy semejantes.40Por lo que respecta a la primera proposición, quien controlaba la producción de Almadén ejercería, ya fuese el estado o particulares, un gran poder de mercado. Éste provenía del abrumador peso de Almadén en la producción mundial hasta mediados del siglo XIX. El monopolio colonial no se apoyaba tanto en la creación de barreras de entrada a potenciales competidores—en realidad, el estado renunció formalmente a ellas en 1779 y 1781—o en una legislación protectora sino en la simple propiedad por la Corona de Almadén. Por simples razones geológicas, el monopolio productivo resultaba inevitable.41 Aunque resulta más discutible, no es improbable que una sola empresa pudiese aprovechar mejor economías de escala significativas en la comercialización (transporte y administración) que varias.42 En cualquier caso, ciertos parámetros de la economía novohispana (muy baja sustituibilidad del mercurio y muy desigual distribución del capital, principalmente) hacían difícil la aparición de una comercialización competitiva.Especialmente interesante resulta discutir si “una mano benéfica como la del Rey” era preferible a la mano invisible del interés particular en el mercado del mercurio.Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el comportamiento del monopolio estatal del mercurio en Nueva España terminaría por dejar de parecerse al de un agente económico que intenta maximizar las rentas derivadas del control de un producto sobre el que goza de un gran poder de mercado. En otras palabras, dejó de comportarse como un monopolista genuino.Como se observa en el gráfico 1, el aumento del coste medio unitario de producción del mercurio en Almadén (COSTUNIE) desde mediados de la década de 1740 no impide los dos drásticos descensos de su precio (PRECHGE) en 1767 y 1776, que redujeron muy significativamente el gran diferencial positivo entre ambas variables existente durante la primera mitad del siglo.43 Dado que COSTUNIE es una aproximación por defecto, pues sólo refleja el coste del mercurio puesto en Sevilla, el diferencial positivo entre PRECHGE y COSTUNIE era significativamente menor en realidad.La lógica de la política de precios podría consistir en aprovechar la elasticidadprecio de la demanda de mercurio para incrementar los ingresos obtenidos por la venta del mercurio. Se trataría, por tanto, de un descenso del precio con los fines recaudatorios propio de una gestión convencional del monopolio. No parece ser éste el caso, como se aprecia en el gráfico 2.Tras el retroceso de la década de 1730, el aumento del consumo aparente de mercurio español en Nueva España (CONSUMOE) sólo se traslada a los ingresos brutos del monopolio (INGHGEA) hasta mediados de la década de 1750. Por entonces, se alcanzan unos ingresos brutos anuales medios de entre 600.000 y 650.000 pesos, que sólo serán casi alcanzados de nuevo por poco tiempo hacia 1775. Posteriormente, los ingresos brutos generados por las ventas de mercurio español (INGHGE) se mantendrán siempre por debajo de esos máximos históricos.44 Resumiendo, los descensos del precio del mercurio español de 1767 y 1776 no incrementaron los ingresos del monopolio. Conocido el comportamiento de nuestra aproximación por defecto al coste medio del mercurio de en Almadén (COSTUNIE), el resultado sobre los beneficios de la evolución de INGHGE es fácilmente imaginable y puede observarse en el gráfico 3.La caída tendencial de los beneficios totales arrojados por las ventas del mercurio español (BENEFTOE) y de los beneficios por unidad (BENEFUNIE) es evidente desde 1750. La recuperación desde los valores mínimos registrados en torno a 1785–90 no logra compensar el prolongado retroceso precedente. Habida cuenta de que los dos indicadores de la rentabilidad del monopolio representados en el gráfico 3 son estimaciones por exceso—se han calculado con exclusión del transporte Sevilla-México, y los gastos de administración, custodia, seguros, almacenamiento—cabe pensar que, hacia 1785–90, los auténticos resultados financieros llegaron probablemente a ser negativos y, con seguridad, menores que los mostrados en el gráfico 3. En cualquier caso, el aumento de las ventas inducido por los descensos del precio de 1767 y 1776 ni siquiera logró el mantenimiento de los beneficios totales o unitarios en torno a los niveles alcanzados hacia 1750. Esta constatación resulta inconsistente con el objetivo de maximización de beneficios que teóricamente presidiría las decisiones del monopolio y con la capacidad para hacerlo que ofrecía su gran poder de mercado. Deberíamos deducir, por tanto, que la política de precios del monopolio perseguía conscientemente una finalidad alternativa. Ninguna otra hipótesis parece más adecuada para explicar la aparentemente irracional tendencia convergente del precio y del coste que muestra el gráfico 1. No estamos en presencia del típico monopolio ineficiente cuya mala gestión implica costes para el consumidor y pérdida de bienestar social sino de un caso de deliberada fijación de precios políticos que aumenta el consumo y reduce los beneficios del monopolista.45El comportamiento no maximizador de ese monopolista sui generis que resultó ser el estado colonial en Nueva España durante la segunda mitad del siglo XVIII no deja de ser un tanto sorprendente y merece una explicación si, como parece razonable, le atribuimos una cierta racionalidad instrumental en la persecución de sus objetivos.Durante el siglo XVIII, y especialmente hasta la segunda mitad de la década de 1780, prácticamente todo el mercurio importado por la Nueva España procedía de las minas de Almadén.46 Su producción se dedicaba casi en su totalidad a atender la demanda novohispana.47 Con alguna excepción relativamente breve, la oferta del monopolio venía determinada por la producción de Almadén (PRODALM). Ésta, junto al gasto anual efectivo de las minas (CONSIG), se muestra en el gráfico 4.Tras el casi total estancamiento de la segunda mitad del siglo XVII, las sacas de azogue se incrementaron sustancialmente, si bien con bruscas fluctuaciones interanuales, desde comienzos del XVIII. Es en la década de 1740 cuando tiene lugar el cambio representado por la aparición de una tendencia creciente que, pese a oscilaciones cíclicas de cierta intensidad, durará hasta comienzos del siglo XIX.48 Dado que las minas eran financiadas y gestionadas directamente por el estado español, esa tendencia creciente de la producción de mercurio iniciada hacia 1740 es inseparable de la mayor atención prestada por sucesivos gobiernos a las minas de Almadén. Uno de los ejemplos más tempranos de la nueva actitud hacia el mercurio es el sustancial incremento de las consignaciones (CONSIG), esto es, de los recursos financieros concedidos a las minas para sufragar sus gastos de explotación. Como se observa en el gráfico 4, la tendencia decreciente de las consignaciones se interrumpe también hacia 1740.49 Al primer aumento significativo de las consignaciones en 1744— pasando de los 750.000 reales anuales de 1720 a 1.200.000—siguieron otros en 1748, 1749, 1751, 1753, 1774 y 1777, que acabaron situándolas en 6 millones.50 Entre las décadas de 1730 y 1770, los recursos financieros efectivamente disponibles por las minas se habían más que decuplicado nominalmente gracias a las sucesivas decisiones gubernamentales. Más tarde, ya no se registrarían nuevos aumentos significativos de las consignaciones.El aumento de la capacidad de gasto de las minas estuvo acompañado de otras medidas no menos importantes para explicar el comportamiento expansivo de la producción de mercurio. En 1754, la Superintendencia General de Azogues fue adscrita a la Secretaría de Estado y del Despacho Universal de Indias. Con ello, se logró una mejor inserción del monopolio en la estructura administrativa del estado. Esta modificación respondía a un enfoque integrador de los aspectos relativos a la producción del mercurio en la metrópoli y a su comercialización casi en exclusiva en Nueva España y permitía una gestión más eficiente del monopolio.A mediados de siglo, varias comisiones de especialistas más o menos genuinos visitaron Almadén a fin de aminorar el atraso técnico en que se encontraba el establecimiento. Tras el incendio de las minas de 1755–57, expertos alemanes contratados en Sajonia con el concurso del servicio diplomático español reformaron profundamente el sistema de laboreo, aproximándolo al mucho más avanzado nivel técnico centroeuropeo. La continua profundización de las labores subterráneas y la creciente anchura de los criaderos plantearon nuevos problemas de índole técnica. La instalación de una bomba de vapor al desagüe—por primera vez en España—y la sustitución—también pionera— de la entibación tradicional por la fortificación mediante arcos y muros de mampostería serían las soluciones adoptadas en la década de 1790. Si bien Almadén nunca estuvo al frente de la tecnología minera europea y algunos problemas—la ventilación, especialmente, pero también las pérdidas en las fundiciones, por ejemplo—nunca fueron resueltos satisfactoriamente, los responsables del monopolio siempre prestaron atención al cambio técnico. Por su parte, éste parece dirigido antes al logro de los mayores niveles posibles de producción que a la reducción del coste del producto. En el panorama español—y probablemente también europeo—de la época, las minas eran una unidad productiva poco común por sus dimensiones y complejidad técnica y organizativa.Adicionalmente, el poblamiento de Almadén y la afluencia de trabajadores temporeros fueron favorecidos mediante una continuada política que actuó en diversos frentes (exenciones fiscales y militares, atención sanitaria, reparto de suertes de labor, subvención al precio del trigo y pensiones) para combatir la “falta de gente” debida a la intensidad en trabajo de un proceso productivo en rápida expansión y altamente perjudicial para la salud.51 Dichas medidas, que aumentaron la fuerza de trabajo disponible, y el cambio técnico, que redujo la ratio trabajo/producto, acabaron poniendo fin a los problemas de “falta de gente” en la década de 1790.El comportamiento de PRODALM responde, pues, a factores diversos. Ninguno de ellos quedó totalmente al margen de una activa e ininterrumpida intervención del estado desde finales de la primera mitad del siglo XVIII. El resultado de dicha intervención constituye un éxito, al menos en términos comparativos respecto al pasado o al comportamiento de la economía española contemporánea. Los logros en Almadén tal vez no sean espectaculares pero sí indiscutibles y parecen responder a la importancia atribuida a la producción de mercurio por los sucesivos gobiernos españoles desde la década de 1740. Por su parte, ésta sería inseparable de la creciente atención a los asuntos americanos, pues, como sabemos, el mercado español del mercurio era casi totalmente irrelevante.52Las decisiones adoptadas en la Península pronto se reflejaron en Nueva España. En el gráfico 5 se exponen el consumo aparente de mercurio (CONSUMO), la disponibilidad total de mercurio (DISPONI) y el precio del mercurio (PRECHG) en Nueva España entre 1717 y 1802.La imparable caída tendencial de la cantidad de mercurio disponible en Nueva España durante las décadas de 1720 y 1730, y el retroceso del consumo en la última de ellas se invierten a comienzos de la de 1740.53 Una prolongada e intensa tendencia creciente crea un máximo histórico relativo en 1767. Para entonces, favorecido por la expansión de la oferta, el consumo medio anual aparente de mercurio en la colonia había pasado de poco más de 4.500 anuales entre 1714 y 1740 a casi 7.000 entre 1741 y 1767. También presentaba una menor variabilidad interanual. Por su parte, la producción de Almadén y las exportaciones a la Nueva España superaron el crecimiento de CONSUMO. Ello explica el notable incremento de DISPONI, que alcanza un máximo histórico relativo a fines de la década de 1760. Más tarde, el stock de mercurio del Monopolio se reducirá rápidamente por efecto del importante incremento del consumo que sucede a los significativos descensos del precio en 1767 y 1776. El primero de ellos vino a sacar al consumo del estancamiento en que se encontraba durante la década de 1760, situándolo en un nivel superior a los 9.000 quintales al año entre 1768 y 1775; el segundo volvió a elevar el nivel de consumo, estableciéndolo por encima de los 14.000 quintales anuales.La recomposición posterior del stock disponible de mercurio en Nueva España se vio perjudicada por la coincidencia de dos hechos: el retroceso de la producción de Almadén durante los años ochenta y el declive de Huancavelica, que motivó el inicio de la exportación sistemática de mercurio español a Perú en 1776. De ahí las reexportaciones a la Nueva España de mercurio austríaco a precio de coste.54 El recurso a Idria y la recuperación de Almadén en la década de 1790 hicieron que la disponibilidad de mercurio en Nueva España alcanzase en 1795 un nuevo máximo histórico relativo. La caída posterior es ocasionada por una causa exógena como es el negativo efecto de las guerras sobre el tráfico marítimo y, consecuentemente, sobre las importaciones. Estas alcanzarían valores muy por debajo de los normales en 1797–98 y 1800–1.55 Superada la gravísima situación creada por el bloqueo británico, la cantidad de mercurio a disposición del monopolio rápidamente alcanzaría un máximo histórico absoluto en 1803. El consumo de mercurio, tras dos crisis endógenas importantes (1780 y 1786) y la exógena de 1781, había superado en 1795–97 los nunca antes alcanzados 16.000 quintales anuales.56 Duramente afectado por la inusualmente drástica y prolongada disminución de las importaciones entre 1797 y 1801, se mantendrá desde 1803 en niveles nunca antes alcanzados.Dos decisiones gubernamentales parecen, pues, haber tenido una rápida y perceptible influencia sobre el consumo de mercurio: (1) el cambio de tendencia de la oferta iniciado a comienzos de la década de 1740; (2) el doble descenso del precio de 1767 y 1776. Ambas aparecen asociadas a significativos cambios de nivel del consumo de mercurio en Nueva España. Sin embargo, mientras que esta última ha sido inscrita generalmente en el reformismo sin mayor dificultad y se le reconoce su positiva influencia sobre la producción de plata, no ocurre lo mismo con la primera, que pese a su relevancia para la historia económica del XVIII novohispano ha pasado un tanto inadvertida. El estado español, anticipándose en más de veinte años a la Visita de Gálvez, sentó las bases que permitieron imprimir un nuevo rumbo a la tendencia seguida por la oferta de mercurio e influir decisivamente sobre el consumo. Mediante el significativo aumento de las consignaciones de las minas de Almadén y, en consecuencia, de la producción de mercurio, el estado fue capaz de responder con prontitud y eficacia a la adversa coyuntura de finales de los treinta y comienzos de los cuarenta.57Ahora bien, las dificultades del sector minero novohispano durante la segunda mitad de la década de 1750 y primera de 1760 ya no eran causadas por una insuficiente oferta de mercurio. En realidad, nuevos aumentos de las consignaciones de Almadén, junto a avances en la solución de problemas técnicos y laborales, permitieron el gran crecimiento registrado por la disponibilidad de mercurio, que contrasta con la contractiva evolución del consumo novohispano en esos años. La clave estaba ahora en otra parte. De ahí que, en 1767, el estado probase una medida diferente: reducir el precio del mercurio. Dada la gran disponibilidad de mercurio acumulada por entonces, la medida resultaba viable. También fue acertada, a juzgar por la inmediata respuesta positiva del consumo. Probablemente estimulado por los resultados obtenidos, el monopolio insistió en esa dirección y volvió a reducir, en 1776, el precio del mercurio. La percepción de la nueva tendencia inducida en el consumo se torna ahora algo más difícil a causa de las bruscas fluctuaciones—sin precedentes desde la década de 1730—que aparecen en las dos últimas décadas del siglo XVIII y primeros años del XIX. Como ya se ha señalado, los llamativamente bajos valores del consumo en algunos de esos años responden a factores tanto exógenos (1798–1801) como endógenos (1780 y 1786). Ahora bien, una vez pasadas las—nunca de larga duración—circunstancias excepcionales, el consumo recupera rápidamente valores altos y muestra una tendencia moderadamente creciente: en 1795–96 se superaban ya los 16.000 quintales/año. Aislar el efecto de la rebaja de 1776 se ve obstaculizado también por la coincidencia temporal de otros hechos influyentes: (1) el encarecimiento del precio medio efectivo pagado por los consumidores a consecuencia de las importaciones del más caro, pese a ser vendido a precio de coste, mercurio au
Referência(s)