Artigo Revisado por pares

Finanzas Piadosas Y Redes de Negocios: Los Mercaderes de La Ciudad de México Ante La Crisis de Nueva España, 1804-1808

2014; Duke University Press; Volume: 94; Issue: 1 Linguagem: Espanhol

10.1215/00182168-2390132

ISSN

1527-1900

Autores

Juan Carlos Garavaglia,

Tópico(s)

Argentine historical studies

Resumo

Este documentado libro de Guillermina del Valle trata un tema que ha sido estudiado en forma abundante por la historiografía mexicanista y americanista en general. Como es sabido, en septiembre de 1808, un golpe de estado destituyó en la ciudad de México al virrey Iturrigaray (un personaje muy cercano a Godoy). Éste fue uno de los episodios más relevantes de la crisis de legitimidad que agitaba entonces al Imperio hispano en ambos lados del Atlántico. Es notable que en el otro extremo del Imperio, en la capital del Virreinato del Río de la Plata, los más poderosos mercaderes peninsulares intentasen de igual manera —pero con desigual fortuna— derrocar al entonces virrey, don Santiago de Liniers, en enero de 1809. Ambos coups d’état, dirigidos por “españoles peninsulares” (aun cuando no estaban solos en la acción), fueron los primeros en ambas capitales, México y Buenos Aires, en romper los vínculos de legitimidad que unían a esas colonias con la Madre Patria, en el momento en que ésta atravesaba la crisis de soberanía más profunda desde 1714.Como dijimos, mucho se ha escrito sobre los acontecimientos de 1808 en la ciudad de México, pero la autora, que cuenta ya con una consistente obra, decide tomar el toro por las astas y hacer un detallado recuento no sólo de los distintos episodios que llevaron a este golpe de estado, sino también de los vínculos relacionales de los principales pro-tagonistas, enumerándolos uno a uno. Entre éstos se destacan Gabriel de Yermo y sus redes de parientes, amigos y paisanos, los tres círculos de reciprocidad que eran el pan de cada día en la sociabilidad de las grandes familias de la elite, tanto en las ciudades y villas, como en el mundo rural iberoamericano. Yatención: no se trataba únicamente de peninsulares; si bien éstos llevaban la voz cantante, muchos españoles americanos (la palabra “criollos” no la habrían aceptado muy fácilmente para autodefinirse, debido a sus fuertes connotaciones de mezcla racial) formaban parte de esos círculos de reciprocidad elitarios. Había entre ellos poderosos criadores de ganado, dueños de grandes y extensas pro-piedades e ingenios azucareros, así como mercaderes y mineros. Esa elite novohispana se caracterizaba por su oposición frontal al famoso decreto de Consolidación de los Vales Reales y a sus relevantes consecuencias en los mecanismos crediticios tradicionales de la colonia novohispana. Quien adquiría una hacienda o un ingenio, pagaba (al contado o, casi siempre, pidiendo a su vez un crédito a una institución eclesiástica) sólo una porción del precio de ese bien, pues éste se hallaba gravado por deudas con otras instituciones de la Iglesia. El adquirente entregaba parte del precio —aquella parte libre de deudas— y sólo se obligaba a continuar pagando los réditos o intereses de esos créditos. De este modo, los bienes y el dinero circulaban abundantemente entre los miembros poderosos de la elite novohispana y las instituciones eclesiásticas. Éstas no exigían sino muy rar-amente el pago del capital de esas deudas. Dado que la Iglesia católica es por definición eterna, ésa era una forma de financiación igualmente “eterna”. Cuando la Consolidación obligó a los propietarios de esos bienes inmuebles a pagar el total del capital debido, la catástrofe se abatió sobre los ricos, los menos ricos y hasta los medianos labradores. Como suele suceder, los más poderosos encabezaron una oposición decidida contra el decreto que los afectaba. El virrey Iturrigaray no era lo que se puede llamar un buen negociador y se manejó con muy poca habilidad en medio de la agitada vida política de la ciudad y de la Nueva España entera.El libro de Guillermina del Valle, más allá de enriquecer la explicación de este hecho puntual, tiene otra utilidad: nos demuestra, para beneficio nuestro y como verdadera lección para aquellos historiadores que todavía siguen pensando que la política en el mundo iberoamericano nació en los acontecimientos de 1808–1810, que la vida política de aquellas sociedades había sido viva y agitada desde hacía siglos y que se extendía hasta los últimos rincones de la relaciones entre los distintos sectores sociales. Desde el momento en que los invasores castellanos pusieron un pie en el continente, esto fue el pan de cada día. No existe sociedad sin relaciones de poder. La autora lo muestra con detallada descripción (ella ha trabajado casi todos los archivos de México y España cuyos documentos dan cuenta del acontecimiento que estudia) y creemos que consigue darnos un panorama exhaustivo. Ya sabemos que en historia no hay nada “definitivo” como lo imaginaban los positivistas que hablaban de “lo que realmente ocurrió”, pero este libro da un gran paso para lograr que nuestra compresión de ese hecho tan crucial sea más profunda.

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