Artigo Revisado por pares

The Faith of Remembrance: Marrano Labyrinths

2014; Duke University Press; Volume: 94; Issue: 3 Linguagem: Espanhol

10.1215/00182168-2694472

ISSN

1527-1900

Autores

Solange Alberró,

Tópico(s)

Latin American history and culture

Resumo

Esta obra fue la primera de una soberbia trilogía dedicada a los marranos, aquellos judíos o descendientes de judíos convertidos al cristianismo, quienes aprovechando la unión de las dos coronas de Castilla y Portugal entre 1580 y 1640, optaron por pasarse al continente americano en busca de oportunidades y de mayor libertad para seguir practicando el judaísmo con menores riesgos que en la Península. Se establecieron sobre todo en los dos virreinatos españoles de la Nueva España y del Perú y en el Brasil portugués, estrechamente comunicados en el marco del Imperio español con los reinos peninsulares, los países europeos a los que las diásporas de 1492, 1496 y siguientes habían llevado a familias enteras de marranos, y con países del Magreb y Turquía, sin olvidar las Indias portuguesas y las islas Filipinas. Nathan Wachtel presenta algunas historias de vida a partir de la documentación inquisitorial proveniente de los tribunales de México, Lima, Portugal y algún tribunal español, con lo cual restituye el contexto socioeconómico y político de cada caso, lo que le permite escudriñar el mundo interior de los inculpados. Por tanto, es una tan apasionante como conmovedora galería de retratos, con sus peculiaridades físicas, sociales, sicológicas, emocionales, la que nos invita a recorrer. Algunos de estos personajes son viejos conocidos de los estudiosos en la materia, otros no tanto, otros más son del todo desconocidos y el autor analiza sus vidas, sus mentes y corazones en función de las afinidades y empatías que lo unen obviamente a ellos, en un intento excepcionalmente logrado por descifrar la difícil y dolorosa condición marrana.Estos cripto-judíos o marranos constituyeron una comunidad de individuos muy distintos, cuyo denominador común fue sin embargo la angustia, el miedo, la duda, la confusión, la soledad. No pudo ser de otro modo, ya que eran los descendientes en cuarta o quinta generación de los antiguos judíos ibéricos, ahora dispersos a los cuatro vientos, obligados a practicar el catolicismo que oficialmente aceptaron sus abuelos, aun cuando ellos pretendían y trataban de permanecer fieles al judaísmo milenario. Pero, ¿de qué judaísmo se trataba ahora, entre los siglos XVI y XVIII, en el imperio español y el Brasil, faltos de sinagogas, de rabíes, de textos sagrados, de yeshivás, y además, ignorantes de la lengua hebrea, llave imprescindible de la religión, aislados como estaban en un contexto de suspicacia, de rivalidad social a menudo, acaso de promiscuidad con los “otros”, los que se preciaban, o al menos se jactaban, de ser “cristianos viejos”? Es aquí donde el talento del historiador Wachtel, quien es también, no lo olvidemos, el antropólogo que estudió los urus — aquellos indios andinos constreñidos, como los marranos, a adoptar una religión extraña mientras procuraban conservar tan celosa como clandestinamente lo que de la religión ancestral quedaba — , se revela plenamente. Sus personajes, ante la imposibilidad de formar parte de una comunidad aceptada, protegida y protectora, se refugiaron en el fuero íntimo de su conciencia atormentada, de sus recuerdos huérfanos, sus vivencias contradictorias. En efecto, un siglo después de la gran diáspora ibérica quedaba muy poco de la práctica judaica ortodoxa entre estos sobrevivientes: la prohibición, no siempre ni totalmente observada, del consumo de ciertos alimentos; la observancia, también imperfecta a causa del entorno peligroso, del shabat y de las fiestas principales cuya fecha resultaba difícil determinar; acaso algunos ritos funerarios; ciertas oraciones mutiladas rezadas en un hebreo alterado o en castellano o portugués; y, obviamente, la milenaria espera del Mesías. Además, esta pobre aunque preciosa herencia era casi siempre cosa de las mujeres, quienes la manejaban con una devoción tan viva como discrecional. Eran muy pocos los que sabían algo más de aquellas prácticas por haber vivido en alguna judería europea o turca, y eran entonces considerados por los demás como los rabíes que tan cruelmente les hacían falta. El recuerdo de la fe ancestral se cifraba por tanto en esta pobre herencia, que sin embargo constituía el tesoro milagrosamente preservado de nuestros marranos asentados en tierras americanas. Pero también las urgencias vitales, los anhelos de vivir la vida terrenal, con la humilde porción de satisfacciones que le toca a cualquier ser humano, los obligaban a transigir, negociar, fingir, a vivir de hecho una doble personalidad, sobre todo tratándose de los hombres, expuestos a una vida social más abierta y por tanto más peligrosa que las mujeres. Algunos, atormentados por las dudas, confusiones, remordimientos, se hundieron en la locura, otros en una mística a menudo disparatada, otros más en el conformismo, en la traición, en elucubraciones tan obsesivas como solitarias que los llevaron al escepticismo, a cierto racionalismo o incluso a la incredulidad que empezaba por aquellas fechas a surgir también entre ciertas élites del mundo cristiano.Nathan Wachtel muestra aquí una humildad intelectual, una humanidad y una sensibilidad excepcionales entre nosotros historiadores, siempre ansiosos de explicarlo todo. Él respeta el misterio de aquellas almas atormentadas, no pretende hallar sus lógicas, pues aunque brinda algunas pistas que contribuyen eventualmente a aclarar ciertos comportamientos y situaciones, siempre antepone el respeto y la compasión a la soberbia del académico ansioso de entender y aclarar lo que pertenece definitivamente al fuero de lo íntimo, mental, moral y emocional, y a menudo, desde luego, de lo inconsciente. El hermoso y paradójico título que Nathan Wachtel dio a su obra lo revela: los marranos americanos no fueron habitados por el recuerdo de la fe, recuerdo que conservaban tan desdibujado como empobrecido, sino por la fe del recuerdo, siendo efectivamente la fe viva y todopoderosa de aquel recuerdo la que dio sentido a su vida, su esperanza, y a su muerte también.

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