Artigo Acesso aberto Revisado por pares

Carlos López Degregori, Una mesa en la espesura del bosque

2014; Linguagem: Espanhol

10.21142/des-0602-2014-105-107

ISSN

2415-0959

Autores

Jhonny J. Pacheco,

Tópico(s)

Comparative Literary Analysis and Criticism

Resumo

Cuando Rimbaud decía «je est un autre», él poeta nos acercaba hacianosotros mismos, a lo más íntimo del ser, al otro mismo que es un yo distinto,diferente, pero al fin y al cabo, un «yo». Sin embargo, este no es elúnico argumento para construir una identificación semántica, una semejanzasemiótica, un parecido sígnico, de la primera persona del lenguajecon la tercera gramatical, pues el psicoanálisis, con la teoría del espejo,nos brinda conjeturar, hilar, arribar, a una conjunción de dichas personassingulares. Recordemos que en el estadio especular, el yo, se construye apartir de una imagen proyectada de su otro yo. Efectivamente, se produceuna «proyección»1, pues hay una «eyección» impulsada a favor de algo(«pro») a alguien, en el que se transmiten efectos, defectos, afectos, e intencionesdel que proyecta para lograr una diferenciación y construcciónde su nicho propio, aunque se desprenda un ecosignificado2 en el procesosignificacional.Si tomamos lo expuesto en el párrafo anterior, notamos que el «doble», el «otro» pro–eyectado, a partir del «yo», se va estructurando poco apoco y comienza a ocupar, posicionarse, en la cadena de los significantes.La imagen especular, el negativo, el holograma, procesa los elementos del«yo» para eyectarse a sí–mismo en la realidad significante. De este modo,«él», el «otro», principia a revertir la frase del poeta francés «je est un autre»en «él soy yo», pues la idea de Rimbaud genera una estela de distancia, desemejanza como diferenciación; en cambio, la frase revertida muestra elvínculo inmarcesible entre las dos personas gramaticales, pues ambos seretroalimentan, es decir, existe una interdireccionalidad en la que, luego de la «proyección» del otro, hay una interdependencia que llega, incluso,a soslayar al primero.Con lo dicho, ¿qué intentamos buscar con el nacimiento del «otro»?¿Tratamos de nacer nosotros mismos como singulares y únicos? ¿Extirparlo diferente del «nos» para insertarnos en la masa vulgaris? ¿Desterrar lo«malo» y obsceno del sí–mismo para quedarnos con lo «bueno»? ¿Acasointentamos negar que somos el haz y el envés de una misma monedacomo la cinta de Moebius? Creemos que es lo último, pues, al negarlo,producimos una materialización de un solo vínculo, pero que a su vez esdoble. Y el libro Una mesa en la espesura del bosque, de Carlos López Degregori,es la prueba de ello. Somos el «otro», el que nos regocija, alivia y forma parte de nosotros.La premisa del libro de López Degregori es plantear que el «otro» no esun desconocido, un paria, un elemento ajeno, extraño y horripilante, sinoque está constituido de nuestra misma materia, humus del yo, que intentamosobviar pero que siempre retorna, pues lo propio no puede sernegado. «Je est un autre», de Rimbaud, no puede ser validado en estostiempos, porque cuando el autor de Una temporada en el infierno lo escribió,estaba sumido en una época de descubrimientos y exploración demundos nativos, no antes observados y denotados para el ojo europeo;por ende, estas referencias no existían dentro del mundo sígnico oficial.Sin embargo, frente a la diferencia ignominiosa en el que el hombre delViejo Mundo se «afirmaba» ante esa persona que no entraba en su lógicapor su vivir rudimentario, su cosmología arcaica, su lógica natural y antitécnica,Rimbaud —un explorador también de aquellas tierras lejanas yajenas en sus últimos años de su vida— consideró que el «yo» europeoera igual al que marginaban en su discurso. Asimismo, la idea del vate oscilabaen el extrañamiento, la cosificación del otro, pues lo llamaba «otro»,sin nombre, sin la existencia en el mismo lenguaje; por lo tanto, no existe,dado que es incomprensible, no–natural, pese a que «ellos» vivían en unreferente donde la convivencia y la unión con la naturaleza eran accionesprimordiales. Ahora bien, si esa era la lógica de fines del siglo XIX y primerasdécadas del siglo XX, López Degregori realiza una vuelta de tuercaa esta concepción, pues ese «otro» extrañado no es ajeno, no es de otrarealidad, o sea, de otra verbalización, sino del mismo sujeto enunciador,del que marca la diferencia y distancia. A través del tiempo, en la literatura se ha hecho necesario exorcizarlo «ajeno» del nosotros mediante la creación del «diferente» que, paso apaso, consume nuestro entorno semántico. Recordemos, verbigracia, el cuento de Poe, «Willian Wilson» o la novela de Wilde, El retrato de DorianGray, en el que el doble no permite la existencia de su originador en unmismo plano significante, cuando este ya se presentificado, puesto queel lenguaje no puede concebir la significación de un mismo Sujeto. Conello, en el libro de López Degregori, este proceso de «consumación» se iráprocesando a medida que avancen los poemas, porque, en principio, presenciamosla irrupción de un ente, un espectro, un fantasma, un yo, queno es delineado como peligroso ni extraño ni amenazante, sino cercano,regocijante y placentero, como sucedieron en las obras mencionadas. Incluso,la originalidad del poeta desestructura lo que se concibe como lasperipecias del otro: creación, destierro o negación, y canibalismo del yo,ya que lo que se desprende en los poemas del libro es una simbiosis natural,libre, necesaria hasta volver a crear otro ser mediante un solipsismocreador. Ahora bien, otro aspecto del libro de López Degregori es lo corporalizacióndel ajeno semejante. Es así que el Emisor siente latidos en su mismocuerpo; observa que el rostro del «otro» es él mismo; que el «yo» existepor el otro; y que regresa y habla con él hasta sentir unas sensaciones casimísticas y eróticas en las sábanas que se han impregnado del extraño propio.Incluso, la incomprensión del desconocido cercano lo personaliza enla imagen del «Minotauro», ser irracional que significa la animalidad a florde piel, impulso intransigente de los instintos, pero que en López Degregorise presenta como un ente abatido expeliendo ternura, confusión. Alfinal, el otro ya se ha convertido en parte del Emisor, ya que en el poema«De cuantos años» nos dice «es una condición necesaria para mi vida»,para luego expresar en «Una barca de piedra» lo siguiente: «porque es laforma más justa de parecerme a ti». De este modo, se ha consumado lastransustancialización simbólica; la metáfora «a es b» se ha realizado notablemente,pues las posiciones de enunciación de fijación sígnica se hanintercambiado, dado que el destino del Emisor ahora se decide en el serdel «otro»: «un destino que debe cumplirse en tus ojos». Sin embargo, estabipartición del enunciador no finaliza en este proceso, sino que el «otro»también se desdobla, pues aparece un segundo «otro–yo» ajeno, aunquecercano, como se denota en «Una mesa en la espesura del bosque»: «No auna persona sin remordimiento que soy yo / ni a dos que eres tú». Con loúltimo, se puede sentenciar que el proceso se irá repitiendo ad infinítum,puesto que el Yo único no termina de conocerse en su introspección, ensu incursión psíquica y desdoblamiento de sí–mismo representado en lafigura e imagen especular de un «otro» que no es más que un «yo».

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