No grito, no me muevo, no respiro
2018; University of Northern Colorado; Volume: 33; Issue: 2 Linguagem: Espanhol
10.1353/cnf.2018.0011
ISSN2328-6962
Autores Tópico(s)Gender, Health, and Social Inequality
ResumoNo grito, no me muevo, no respiro José Carlos Herrera No grito. “Calladita, calladita”. Desde niña cae la frase como gota en el mismo sitio. Para entonces ya soy roca de la costa: estoy erosionada, el desgaste ha hecho mella y yo ya no grito. Hablar no me gusta, susurro apenas. Clap, clap, clap. Hubo un tiempo en el que escuchar los pasos de Jonás producía estragos en mis pantaletas, otra época donde me aterrorizaba y una más donde era un rumor que escuchaba resignada en espera de una burla o un golpe. No recuerdo cuál tiempo pasó primero. Toc, toc, toc. Da tres toques, se retira, devuelvo uno, se va. Así ha sido por cuatro días, no sé cuántos podré devolver, no interesa ya. “Judith te amo, nunca me dejes”, sus líneas favoritas el primer año de matrimonio, y aunque las dijera más con remordimiento que con cariño, yo las creía. Aún aquí dentro las sigo creyendo, y es que de nadie las escuché. “Tan flaca y fea, ¿quién te va a querer?” Nunca fui adoptada y las palabras de mis compañeras se convirtieron en presagio: “No hay familia para Judith, Judith ya está muy vieja para seguir en el orfanato”. Me echaron a los dieciocho como un perro. Ahora mis amigas son las tuberías de la casa que llevan el rumor del agua. Deben ser las siete en punto, siempre se baña a la misma hora después de leer unas cuantas páginas de algún libro, luego enciende un cigarrillo y se queda como estatua unos cuarenta minutos, viendo por la ventana. Tal vez mire hacia la pared en espera de algún sonido que le haga creer que necesito salir. No, no es verdad, nunca le he parecido interesante. Jonás es bellísimo, lo conocí recién cumplidos los veinte. Es misterioso y soberbio. Nunca deja un libro fuera de su estante y alinea sus corbatas por colores. Los zapatos no pueden quedar fuera de sus cajas cuando va a la cama, y da siempre los buenos días a las dos chicas que rentan el departamento de al lado (quienes ya deben preguntarse si salí de la ciudad). No le gustan los ruidos fuertes. Por eso nuestro departamento no tiene radios ni televisores, y si usamos el auto evitamos las vialidades transitadas para que él no escuche los fastidiosos chillidos que escupen los otros autos cuando hay embotellamiento. Por eso también soy prácticamente muda, no emito sonido alguno si me empuja o me patea. No importa si azota mi cara o si sus puños paran en mis costillas, no quiero disgustarlo. No me muevo. [End Page 117] Nunca he sido hábil o apta para las actividades físicas. Aquí, por lo angosto del espacio y porque ya no tolero el dolor en las rodillas, soy consciente de cada movimiento, pero antes nunca lo fui. Ahora veo con los oídos y las manos: me cantan las tuberías, la textura del ladrillo es todo lo que conozco con certeza. Me hormiguea el cuerpo entero. “Judith, un día más”, pienso, “un día más para él”. El latido de mi corazón es muy débil, la lengua la siento árida por la falta de líquidos y alimentos. No entiendo cómo llegué a tal grado de resignación. No quiero gritar, no quiero salir, solo seguir aquí, por él, para su placer, su satisfacción o entretenimiento. Voy a morir, a ser una con este muro. Me pudriré aquí. Nadie me buscará y no espero que nadie lo haga. Un ruido peculiar me sobresalta, es un ruido diferente de su meticulosa rutina. Algo pesado se arrastra, algo metálico. El sonido es más fuerte cada vez hasta que llega frente a mí. Sé que Jonás palpa la pared, lo siento palpándome. Toc, toc, toc, devuelvo un golpe. “Siempre a la altura del rostro, Judith, para saber en qué parte del muro puedo besar tu frente”, escucho otro sonido metálico, menos pesado. Si mis sentidos...
Referência(s)