Artigo Acesso aberto

El camino de las heroínas en tiempos de ciencia ficción

2021; University of Palermo; Issue: 142 Linguagem: Espanhol

10.18682/cdc.vi142.5122

ISSN

1853-3523

Autores

María Sara Müller,

Tópico(s)

Communication and COVID-19 Impact

Resumo

El 2020 no fue nuestro mejor año. Nunca habíamos vivido en estado de cuarentena global, nunca habíamos visto a los países más ricos tan vulnerables, nunca habíamos temido de modo tan acuciante por nuestros seres queridos. Nos enfrentamos –continuamos en esa batalla– al COVID-19: el “enemigo invisible”. De la noche a la mañana naufragamos en un escenario propio de la ciencia ficción. El cariz premonitorio de Virus (Sung-su Kim, 2013), Contagion (Steven Soderbergh, 2011) y Epidemia (Wolfgang Petersen, 1995) se hizo carne. El miedo a la muerte y a la enfermedad escapó de la “silver screen” y el mundo cambió para siempre. Fue la ciencia ficción –independizada del relato fantástico– la que a lo largo de la historia se nutrió del pánico a la invasión, la hambruna, el contagio, las consecuencias de la actividad nuclear, los bombardeos, las catástrofes inesperadas. Todos relatos donde la muerte ya no espera “al final de la vida sino que se precipita por proximidad” (Rodríguez Alzueta, 2020, p.81). Al igual que otros géneros y subgéneros cinematográficos encontró su origen en la literatura, y vale subrayar que la primera obra reconocida como tal es Frankenstein, novela escrita por una mujer (Aldiss, 1973). Con el advenimiento del cine, el enamoramiento fue inmediato. Desde Le Voyage dans la Lune (Georges Méliès, 1902) la ciencia ficción se ha establecido en la pantalla grande –y chica– y no deja de expandirse y diversificarse. Sin embargo, también hay que decir que la representación de la práctica científica no ha sido una de las más mimadas por el cine. El tratamiento de la tecnociencia “parece dotar a guionistas y directores de cierta patente de corso para presentar, a menudo, una imagen de la ciencia que nada se corresponde con la realidad” (Moreno Lupiáñez, 2007, p.1). Y ahí desfilan los estereotipos del “alquimista aprendiz de brujo”, el “genio despistado”, o el “científico loco, malo y peligroso” (Haynes, 2003). Si esta es la imagen recurrente del hombre dedicado a la ciencia, ¿qué quedará para la mujer en un género donde “lo masculino” ha mantenido un lugar de privilegio? Cineastas y películas de todas las épocas, empezando por Fritz Lang y su autómata en Metrópolis (1927), pasando por The Stepford wives (Frank Oz, 2004), incluso Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y muchos ejemplos más, se han fascinado por presentar a la mujer como creación científica, “fantasía propia de una sociedad patriarcal que sueña con someter a la mujer al dictado de los hombres” (Dos, 2010, p.32). Difícil búsqueda será la de eruditas investigadoras, precisas y objetivas con un rol protagónico, donde los descubrimientos se dan a partir de su intelecto, como estandartes de soluciones matemáticas, físicas, médicas. Mujeres como sujeto simbólico y no como objeto. “Durante el siglo XX el cine se constituyó en un medio que masificó valores, comportamientos, ideologías y relatos sobre la sociedad urbana y la modernización de las culturas, con la capacidad de incidir en la configuración del sentir y pensar” (Acosta Jiménez, 2018, p.52). Con esta premisa presente y comprendiendo el cine como documento, lugar de la memoria y del imaginario colectivo, trataremos de acercarnos a los diferentes “fines del mundo” que nos ofreció el séptimo arte para dimensionar el lugar de la heroína de la ciencia ficción. Porque después de todo, el coronavirus también “nos arroja al gran ruedo en el cual importan sobre todo los grandes debates societales; cómo pensar la sociedad de aquí en más” (Svampa, 2020, p.18).

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