War and Peace on the Rio Grande Frontier, 1830–1880
2021; Duke University Press; Volume: 101; Issue: 4 Linguagem: Espanhol
10.1215/00182168-9366805
ISSN1527-1900
Autores Tópico(s)American History and Culture
ResumoEste libro estudia las relaciones entre la población angloamericana y la mexicana a lo largo de la frontera de Texas que corre sobre el río Grande o Bravo del Norte, y su argumento principal es que la cooperación pesó más que el conflicto en los años 1830-80. Con una carrera académica desarrollada en México y Estados Unidos, el autor, Miguel Ángel González-Quiroga, sostiene esta interpretación apoyado en fuentes que provienen de archivos diversos –que incluyen correspondencia epistolar, documentos consulares y periódicos–, así como en libros y artículos.González-Quiroga interviene de esta manera en un debate historiográfico abierto hace más de 50 años, y lo hace con una obra que marca un hito dentro de la corriente que postula: que la cooperación tuvo un papel mayor que el antagonismo en las complejas interconexiones que conformaron esta frontera, apartándose del enfoque binario que caracteriza los estudios sobre el tema. Sopesando sus fuentes, concluye que fue al final del periodo estudiado cuando inició el predominio de la cooperación, al pacificarse la frontera. Esto ocurrió gracias a varios factores: el ejército regular de cada nación se asentó a cada orilla del Río Grande; los nómadas fueron internados en reservaciones; y los ferrocarriles comunicaron los mercados regionales con los grandes centros estadounidenses, multiplicando las oportunidades de negocio para la economía del noreste mexicano. El autor reconoce, empero, que en varios lapsos del periodo estudiado prevaleció el conflicto, aunque éste rara vez fue una barrera para el comercio transfronterizo.War and Peace on the Rio Grande Frontier documenta la autonomía propia de las periferias nacionales en el nivel de la vida cotidiana, por ejemplo, en el pragmatismo y las soluciones ad hoc, la ilegalidad bifronteriza manifiesta en la circulación de bienes robados (p. 350), el contrabando (p. 26) y el abigeato, y el carácter coyuntural de las alineaciones de la población (p. 78) propiciado por las variadas identidades de las que pueden echar mano actores individuales y colectivos (p. 383). El libro también considera procesos propios de la región, entre los que se cuentan la existencia de la República de Texas (1836-45) como teatro de la gravitación fatal del norte mexicano en la órbita estadounidense; las atrocidades cometidas por los voluntarios del ejército de Zachary Taylor, una lección para los lugareños que clausuró la aspiración de incorporar más territorio mexicano a Estados Unidos (p. 88); la Guerra Civil estadounidense (1861-65), un oportuno adiestramiento de empresarios locales para el comercio trasnacional; las incursiones de los indios nómadas (p. 115); el incesante comercio transfronterizo (p. 181); la perdurable diáspora de trabajadores mexicanos en Texas (p. 121); el éxito de emprendedores como los Madero y los Milmo, que participaron en la diversificación económica a ambos lados del río (p. 338); y el uso de la frontera por parte de rebeldes mexicanos para pertrecharse, financiarse y luego regresar, como lo haría Porfirio Díaz (p. 352).El análisis y la descripción ofrecidos por González-Quiroga se apoyan en una multitud de actores individuales. Sin embargo, este enfoque omite algunos de los procesos que los engloban. No se considera, por ejemplo, el expansionismo estadounidense que empujó a las poblaciones nativas asentadas al este del Misisipi a atacar el lejano norte de México, o que, en vísperas de la guerra de 1846-48, oleadas de guerreros comanches se internaron hasta San Luis Potosí, diezmando a la población mexicana y destruyendo las bases de su subsistencia. Así, desacreditaron al gobierno y los ejércitos nacionales, y se convirtieron, en última instancia, en la vanguardia del ejército invasor.Es preciso señalar también que el argumento de la colaboración sobre la confrontación tiene debilidades. Desde la perspectiva de autores como Nicolás Richard, la guerra en las márgenes del Estado posee características que están diluidas en este texto. Una de ellas es la guerra no declarada contra la población civil mexicana antes y después de 1836 y 1848, que no cesó sino hasta la década de 1880. Ésta fue una guerra desproporcionadamente asimétrica y además segmentada –las élites escaparon de las masacres– entre texanos de ascendencia mexicana y texanos angloamericanos. El conflicto se convirtió en una espiral de represalias que formó parte de un proceso de ocupación del territorio. Por una parte, los vencedores despojaron de sus propiedades a los mexicanos que permanecieron ahí; por otra parte, tanto angloamericanos como mexicanos despojaron a los pueblos originarios, ya que el territorio de las Provincias Internas de Oriente (1786-1821) –es decir, Tejas, Coahuila, Nuevo Santander y Nuevo León– no estaba vacío.La espiral de represalias, incesante a lo largo del periodo, se registra en el texto de González-Quiroga como una sucesión de incidentes desconectados, cuando en realidad es una expresión de la fluctuante resistencia ante los despojos cometidos contra la población mexicana. Asimismo, da cuenta de los movimientos de población y mercancías sobre los vados del río, esto es, del abigeato y el contrabando, y de una población fugaz de coludidos, amalgamados con independencia del color de la piel. Los bandidos del sur de Texas y del noreste mexicano, ¿no tienen semejanza con las Gorras Blancas de Nuevo México que se resistieron al despojo de sus tierras?Se ha considerado que la región central de Texas fue la más violenta del oeste estadounidense entre 1860 y 1890. Según lo propuesto por Richard Maxwell Brown, ahí convergieron mexicanos-texanos, alemanes y anglos sureños propietarios de esclavos, más indios, afrodescendientes y mexicanos sometidos con brutalidad. En conjunto, todos ellos dieron forma a una sociedad quebradiza y conflictiva, disciplinada mediante una privatización de la ley y el orden gracias a la cual bandas de “vigilantes” se adjudicaron la función de hacer justicia por su propia mano, en el contexto de un Estado lejano y débil. Esto ocurrió en un periodo en el que no hubo guerras formales, consideradas inexistentes porque no se enfrentaron ejércitos regulares, como en 1835-36 y 1846-48. No obstante, la proliferación de homicidios convirtió al centro de Texas en una de las regiones del mundo en la que más gente murió baleada o colgada sin que hubiera una declaración de guerra.Esta paradoja conduce a cuestionar las definiciones de guerra y de paz en este espacio, ya que durante el periodo estudiado reaparecieron formas locales de hacer la guerra, como las emboscadas que practican guerrillas de vecinos, y la siniestra simetría de torturas infligidas sobre cautivos o prisioneros por bandos que no distinguen entre población combatiente y no combatiente, patrones usuales en las márgenes de la colonización. El conflicto troqueló a más generaciones que la colaboración, aun cuando es cierto que, como señala el autor, a partir de la década de 1890, predominó en la región la cooperación dirigida por las élites en el marco de la consolidación del Estado-nación.
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