Soledad
2021; The Feminist Press; Volume: 49; Issue: 1 Linguagem: Espanhol
10.1353/wsq.2021.0029
ISSN1934-1520
Autores Tópico(s)Education in Rural Contexts
ResumoSoledad Norma Rita Guillard Limonta (bio) Sacando mi historia! Nacer con el estigma de ser clasificada de segunda categoría, con ese fenotipo que no implica un pasaporte libre a la vida, por ser el más devaluado en la sociedad ya me puso en un enfrentamiento de una vida ardua. Me colocó frente al desafío. Nacer negra aun significa un cuño (Guillard 2004). Soy el resultado de un matrimonio lleno de amor que duró 59 años, con un papá negro descendiente haitiano y enraizado con cultura de ancestros espiritistas y una madre mulata que siempre se enfrentó a mi familia paterna por creer que ella lo explotaba por negro. Solo era un buen padre no machista, cosa rara para esa época. Mi madre que aún vive con sus 101 en camino realmente no era fácil, siempre supo defenderse y logró el respeto aun hoy a pesar de su edad. Ser la mayor de 5 hermanos me impuso otra meta, un rol materno bien anticipado, que me formó como líder y guía sin pedir esas imposiciones que la vida desde que naces te van marcando tu subjetividad. Si bien siempre fui amistosa, carismática y sociable, mi afinidad tenía sus exigencias, sus particularidades. No me gustaban las niñas fajonas, no he sido nunca amante de las broncas, ni los gritos, lo cual hizo que mi escudo fuera la hermana que me seguía con 10 meses de diferencia. Lista siempre a defenderme. Era sociable, pero no con todo el mundo y la vida o mi realidad económica tampoco permitieron lograr sueños de forma fácil. Era la niña más feliz del mundo jugando con mi vecina Lilita que era solo cuatro meses menor que yo, pero ese disfrute de estudiar juntas se frustró porque no pude ir a su misma escuela. Ella por ser su mamá maestra y de otro nivel social estudió en la primaria anexa a la Escuela Normalista que quedaba a tres cuadras de la casa, yo junto a mi hermana y hermano tuvimos que estudiar [End Page 451] a más de un kilómetro de casa porque en esa anexa a la Escuela Normal no era asiduo que entraran niños con mi fenotipo, para ser más específica negrxs. Color de piel que no compré. Cuan difíciles fueron esos años en que atender, preparar sus comidas, bañarlos y llevar de la mano a dos niñxs casi tan pequeños como yo me hicieron sentirme de otra categoría menor, de otra clase. Esas caminatas y esa responsabilidad a veces lloviendo, bien mojadxs llegando a casa me hicieron vivir esa sensación de soledad y desamparo por muchos momentos. Nunca voy a olvidar que fui seleccionada u obligada a participar en la representación de una obra teatral escolar, donde mi papel era el de la niña pobre, desamparada, toda sucia y harapienta que sentada en la puerta de una iglesia pedía limosna. La mamá era una alumna blanca un poco más alta, ni imaginan la humillación que viví y toda la obra la pasé llorando por no querer hacer ese papel de negra pobre y miserable, lo que nunca imaginé cuantas felicitaciones luego me dieron pues creían que ese llanto mío era parte del papel actoral y que yo lo había hecho perfecto. Por años nunca quise que me hablaran más de esos momentos en que sentí pisoteada mi dignidad y ver como si fuera poco lo que a uno le toca vivir sólo por el hecho de no tener el pasaporte de la piel blanca (Curiel 2011). Ni cuenta me di cuando en la etapa de la adolescencia mis piernas fueron torneándose y volviéndome samba, el bullying no se hizo esperar, me decían ahí viene el cangrejo y caminaban como yo con piernas separadas. En esa etapa igual que en la infancia siempre las diosas me mandaban a alguien que me ayudara a hacerle frente a las burlas y me compensaban con afecto esos momentos difíciles (Curiel 2011). Tanto en una...
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