Artigo Acesso aberto Revisado por pares

Por una historia intelectual de las izquierdas

2022; Issue: 22 Linguagem: Espanhol

10.47195/22.778

ISSN

2683-7234

Autores

Colectivo editor Colectivo editor,

Tópico(s)

Argentine historical studies

Resumo

A 25 años de la creación del CeDInCI Por una historia intelectual de las izquierdas Después de un esfuerzo sostenido, durante nada menos que un cuarto de siglo, el CeDInCI cuenta con una nueva sede. En 2003 había abierto su segunda casa en un inmueble del barrio porteño de Flores cedido por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Diecinueve años más tarde, en abril de 2022, inauguró su sede definitiva gracias al apoyo de la Fundación Friedrich Ebert. Se trata de un edificio de tres plantas ubicado en el centro de la ciudad, a metros de la mítica avenida Corrientes. Desde este nuevo emplazamiento, el CeDInCI continúa en mejores condiciones su labor de formación de colecciones bibliográficas y hemerográficas, su tarea de rescate archivístico y la apertura a la consulta pública. En forma paralela, ha reanudado en la nueva sede sus actividades de investigación, con un Área académica en crecimiento y albergando diversos programas: Programa de Investigación del Anarquismo, Programa de Memorias Políticas Feministas y Sexo-Genéricas, Programa Mundos Impresos, Programa Bios del Sur, Programa Nuevas Izquierdas Latinoamericanas y el Programa de Historia Intelectual “José Sazbón”. Todas y cada una de estas líneas de trabajo han recibido amplio reconocimiento, tanto en nuestro país como en el exterior. En 2007, el CeDInCI fue reconocido por el CONICET como lugar de trabajo donde radicar investigaciones y becas. Hoy su equipo de investigación suma 20 integrantes. En 2010, firmó un acuerdo de colaboración con la Universidad Nacional de San Martín. Gracias al respaldo de la UNSAM, sostiene gran parte de su equipo profesional y, mediante un convenio con su Escuela de Humanidades, se acreditan académicamente los seminarios de posgrado dictados en nuestro Centro. En 2015, la Colección de Prensa Obrera del Cono Sur del CeDInCI fue declarada “Patrimonio Documental de América Latina y el Caribe” por la UNESCO. En septiembre de 2018, recibió el Diploma al Mérito otorgado por la Fundación Konex como una de las “cinco mejores instituciones culturales de la última década”. Diversos proyectos del CeDInCI obtuvieron subsidios y apoyos de instituciones nacionales (Ministerio de Cultura de la Nación, Ministerio de Ciencia y Tecnología, Mecenazgo Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, Fundación Friedrich Ebert, Fondo Nacional de las Artes, Fundación Williams) e internacionales (Endangered Archives Programme, British Library, Fundación Rosa Luxemburgo, LAMP de Estados Unidos, SEPHIS de Ámsterdam, entre otras). Hemos celebrado también convenios con instituciones como la Universidad de Harvard, la Universidad de Princeton, la Universidad de Stanford, el Instituto Iberoamericano de Berlín y la Bibliothèque de Documentation Internationale Contemporaine de Nanterre. Ahora, a punto de cumplir 25 años de vida, nos propusimos hacer un alto para esbozar un balance. En principio, el CeDInCI es un centro de documentación e investigación. ¿Qué políticas fueron necesarias para que estas dos dimensiones, lejos de darse las espaldas como áreas profesionales escindidas, se mancomunaran entre sí? ¿En qué medida el centro de documentación contribuyó a fomentar líneas de investigación? ¿Hasta qué punto las políticas de formación de colecciones bibliográficas, hemerográficas y archivísticas están informadas por líneas de investigación? Aunque las líneas de investigación que alberga son temáticamente diversas, involucran distintas áreas disciplinares y asumen perspectivas teóricas y metodologías heterogéneas, el CeDInCI propuso desde un principio –en sus seminarios, en sus jornadas, en su revista, en sus proyectos de investigación– un acercamiento entre dos universos que en tiempos de su creación aparecían como separados e incluso hostiles: la historia de las izquierdas y la historia intelectual. ¿En qué medida fue eficaz la crítica que libramos a los modos convencionales de hacer historia obrera e historia de las izquierdas que le daban la espalda a la renovación teórica e historiográfica de las últimas décadas del siglo XX? ¿Cuánto contribuyó a la expansión de los estudios de historia de las izquierdas la ampliación del horizonte conceptual que implicaba repensar nuestro objeto en términos de “cultura de izquierdas”, una noción programática que aspiraba a exceder la historia institucional de los partidos, de sus dirigentes y de sus programas, invitando a pensar dimensiones ocluidas o subalternizadas, como los procesos de subjetivación militante, la relevancia de la cultura letrada, las políticas editoriales y revisteriles, la construcción de lenguajes políticos, la propaganda política como empresa retórica, los itinerarios biográficos, el peso de la simbología o los rituales y la liturgia en la construcción de los imaginarios de izquierda? A tal punto se ha extendido este programa en el presente que es lícito preguntarse si, 25 años después, queda algo en pie de aquella objeción de “desviación culturalista” que habían dirigido al CeDInCI los cultores de la historia obrera y partidaria. Para proponer su proyecto de renovación de los estudios de historia de las izquierdas, quienes investigan en el CeDInCI abrevaron en ciertos desarrollos contemporáneos de la historia intelectual. Estos ejercicios implicaron la reapropiación de conceptos forjados en otros universos teóricos para dar cuenta de realidades muy distintas, algunos concebidos incluso con talantes liberal-conservadores, como los de la Escuela de Cambridge. Asimismo, la incorporación de las herramientas que proveía el llamado “giro material” parecía especialmente propicia para volver sobre la grafosfera izquierdista, aunque ninguna de estas operaciones era de por sí evidente. Partimos de la premisa de que los grandes procesos políticos no se difundieron por el mundo de modo homogéneo, sino que despertaron distintas discusiones y polémicas intelectuales. Acudimos entonces a los aportes de la “estética de la recepción”, concebida en la segunda mitad del siglo XX por filólogos romanistas de la Escuela de Constanza y reelaborada luego por críticos culturales como Stanley Fish, entendiendo que podían contribuir, más allá de su foco inicial en las obras literarias y la creación estética, a una teoría de los procesos de difusión y recepción internacional de las ideas. En suma, el texto colectivo que ponemos a disposición de nuestros lectores es el resultado de una pregunta más general respecto de la productividad de estos y otros ejercicios de reapropiación de herramientas y perspectivas de la historia intelectual para la renovación de la historia de las izquierdas. I. Documentación Los testimonios de las dificultades que, a comienzos del nuevo siglo, encontraban los cultores de la historia social y la historia intelectual para acceder a acervos documentales en América Latina son incontables. Las investigaciones más sólidas de historia social producidas en las últimas décadas del siglo XX y comienzos del XXI eran resultado de prolongadas estancias de investigación en las grandes bibliotecas del llamado “primer mundo”. Los acervos disponibles en la sección latinoamericana de las universidades de Harvard, Princeton o Austin, en el Instituto Iberoamericano de Berlín o el Instituto de Historia Social de Ámsterdam contrastaban con la penosa situación de los acervos documentales en nuestro propio continente: colecciones enteras libradas al abandono; otras desguazadas en remates públicos o vendidas a los grandes archivos imperiales (como ocurrió recientemente con la Colección de afiches de Juan Carlos Romero); documentos inaccesibles, ya sea porque se mantienen en manos de celosos coleccionistas, de fundaciones fantasma, de organizaciones políticas o de sindicatos que carecen de los recursos, los conocimientos o la vocación para catalogarlos y abrirlos a la consulta pública. La fundación del Arquivo Edgard Leuenroth en Campinas y la del CeDInCI en Buenos Aires significaron el inicio de una tarea de reparación histórica que demandaría la creación de centros semejantes en todas las capitales de América Latina. La posibilidad de expandir la historia intelectual de las izquierdas y de los movimientos sociales tiene como condición de posibilidad esa labor de recuperación patrimonial. Pero crear y poner a disposición series y colecciones no ofrece sólo nuevas condiciones materiales de posibilidad. La renovación historiográfica, la apertura de áreas de interés y de campos de discusión se derivan en buena medida de las definiciones e hipótesis que propone la propia confección de un acervo. Así como una investigación obtiene un momento no narrativo de sus hipótesis a partir del proceso de construcción de su corpus, a una escala mucho mayor, un centro de documentación propone un tipo de intervención —tácita pero efectiva— sobre el campo historiográfico. La organización de colecciones da lugar a series que ya contienen en sí mismas lecturas y donde un tema se transforma en un área de estudios. Baste recordar la sentencia de Borges: el orden de una biblioteca es una forma silenciosa de ejercer la crítica. Podríamos glosarlo sosteniendo que el orden de un centro de documentación contiene una forma implícita de ejercer la crítica historiográfica. De tal modo, las colecciones desarrolladas por el CeDInCI excedieron el monolingüismo trazado por la tradicional historia del movimiento obrero. En sus fondos documentales no sólo se registran la fundación de sindicatos y federaciones, la organización de huelgas y manifestaciones que dan cuenta del conflicto social y el crecimiento de la conciencia de clase, o la acción pública de sus mayores líderes gremiales y políticos, sino que también permiten acreditar dimensiones cotidianas de la acción colectiva, formas rituales y ceremoniales que contribuyen a la construcción de identidades sociales, modalidades y espacios de la sociabilidad militante. Al lado de documentos imprescindibles como las actas de una federación obrera o un boletín de huelga, cobran relevancia papeles hasta poco tiempo atrás considerados “menores”, como la fotografía de una sede gremial o de una asamblea, un volante con el programa de un curso de formación, un listado de precios de libros y folletos en venta, un cancionero político, la carta de un militante de base de una región distante de la ciudad capital que adapta el discurso oficial al habla coloquial de su propio pago. El radar que puso el equipo del CeDInCI en el armado de sus colecciones respondió a esta expansión del horizonte historiográfico. Reunió así numerosas bibliotecas temáticas que superan la cifra de 160.000 libros y folletos, 11.000 títulos de publicaciones periódicas, 40.000 volantes, 6.000 fotografías, 4.000 afiches y más de 100 discos de vinilo, además de una nutrida colección de objetos vinculados a la militancia (pines, carnets, medallas, almanaques, remeras, llaveros, señaladores, banderas, etc.). Entre los productores de los 170 fondos de archivo personales que el CeDInCI atesora, no sólo están presentes los nombres de grandes personalidades de nuestra historia cultural y política —José Ingenieros, José Sazbón, David Viñas, Nicolás Repetto, Herminia Brumana, Héctor P. Agosti, Cayetano Córdova Iturburu, Nora de Cortiñas, Juan Antonio Solari, Jorge Tula, Guillermo Almeyra, Héctor Raurich, Samuel Glusberg, Sara Torres, José Luis Mangieri, entre otros nombres—, sino también los de cuadros medios o militantes de base. En suma, así como la ampliación de los horizontes de la investigación histórica demandó la recopilación de nuevas series documentales, la organización y la puesta a disposición de estos repositorios invitan a enriquecer y ensanchar nuestro campo de preguntas e indagaciones. La tarea de recuperación funcionó acorde a una segunda dimensión que resulta crucial: las condiciones de acceso. La apertura del acervo del CeDInCI a la consulta pública en el año 1998 pudo apoyarse en el pujante desarrollo de las ciencias de la información que desde principios de siglo modificó sustancialmente, y a escala global, las condiciones de búsqueda y acceso a las fuentes documentales. La respuesta de las bibliotecas nacionales latinoamericanas frente a la incesante innovación tecnológica, que iba tornando obsoletos los diversos dispositivos de preservación documental propios de la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI —el microfilm, la fotocopia, el disco compacto, el CD-ROM—, fue desigual. Mientras las bibliotecas nacionales de Brasil y de México tomaban la delantera en políticas de automatización, otras (como la Biblioteca Nacional de la Argentina) las resistían esgrimiendo argumentos de nacionalismo cultural. Como aconteció en otras latitudes, el rezago de las grandes instituciones argentinas (Biblioteca Nacional, Biblioteca del Congreso de la Nación, Archivo General de la Nación) en la informatización de su patrimonio documental iba siendo parcialmente compensado por iniciativas complementarias, llevadas a cabo por instituciones más pequeñas y dinámicas, con presupuestos sustantivamente menores pero proclives a sellar una nueva alianza entre humanidades y tecnologías. El CeDInCI no fue el único, pero fue uno de los actores más activos de ese proceso. Dos años después de su fundación, el CeDInCI publicó un primer catálogo, que hoy en día sólo funciona como un registro histórico del crecimiento patrimonial posterior. Valga decir también que este proyecto surgido desde una organización civil sin fines de lucro fue pionero a nivel local en el uso del software libre que hoy utilizan la mayoría de las instituciones: todo el acervo del Centro se encuentra catalogado y puede ser consultado mediante las bases de datos Koha (para Biblioteca y Hemeroteca) y Atom (para Archivos y colecciones particulares). En lo que hace a las políticas de preservación y reproducción, el CeDInCI llevó a cabo, a partir del año 2000, cuatro proyectos sucesivos de microfilmación de sus colecciones más antiguas de prensa periódica. Paralelamente, comenzaba a digitalizar algunas de las piezas más valiosas de su patrimonio. En el año 2000 ofrecía una edición digital en CD-ROM de la revista Contorno, a la que le sumó un índice y un estudio preliminar. En años posteriores, el emprendimiento fue seguido por otras colecciones. Cuando estas tecnologías se iban tornando obsoletas, tomó como referencia pionera en América Latina el portal Publicaciones Periódicas del Uruguay para preparar su propio portal de revistas, pero proyectado ahora a escala latinoamericana. En el año 2015, al mismo tiempo que AHiRA lanzaba su plataforma de revistas argentinas, el CeDInCI ofrecía AméricaLee, su portal de revistas político-culturales latinoamericanas. Ahora bien, ¿cómo puede pensarse la apuesta historiográfica de un centro de documentación que reúne registros tan diversos como bibliotecas especializadas en marxismos y en anarquismos, colecciones de catálogos editoriales, libros de bibliotecología, fondos de archivo de militantes, editores e intelectuales, volantes de actos y manifestaciones de distintos movimientos sociales, colecciones de folletería de libre-pensamiento y naturismo, boletines del movimiento gremial, gacetas del movimiento estudiantil y fanzines producidos por los activismos feministas, lésbicos, gays, bisexuales, travestis y trans? ¿Cómo interpretar la conjunción de estas series documentales? ¿A qué tipo de apuesta historiográfica responden? II. Historia intelectual e historia de las izquierdas Hoy es posible contabilizar un significativo número de tesis, libros y artículos que, desde distintas perspectivas, abordan la historia de las izquierdas. Mientras a fines del siglo XX ocupaba apenas un lugar residual en la agenda historiográfica, a comienzos del presente siglo el interés por este tipo de estudios creció de modo exponencial. En la década de 1990, dominada a escala planetaria por la afirmación del neoliberalismo, la demanda social de experiencias históricas de las izquierdas había alcanzado uno de sus niveles más bajos. Sin embargo, con el cambio de siglo la historia de las izquierdas conoció una expansión sin precedentes que se sostiene por más de dos décadas. A nivel local, las discusiones alrededor del estallido social de 2001 contribuyeron a que la agenda académica comenzara a conceder un lugar legítimo a la historia de las izquierdas. Pero con el nuevo siglo no renacía la historia de la izquierda tradicional anclada en la centralidad de la clase obrera. Ante la emergencia de nuevos sujetos sociales, nuevos movimientos con renovadas demandas y originales formas de organización se hicieron necesarios enfoques teóricos alternativos a la historia obrera convencional. Abroquelada en un proyecto historiográfico profundamente conservador, la historia obrera apenas disimulaba un método empirista de registro de la conflictividad obrera encuadrándose en un marxismo decididamente reduccionista. La promesa de narrar la historia obrera partiendo de la “clase en sí” para llegar a la “clase para sí” se veía una y otra vez frustrada porque esta perspectiva carecía de las herramientas conceptuales para pensar en toda su problematicidad los procesos de formación de la acción colectiva, de las identidades sociales o de las culturas políticas. Los historiadores y sociólogos que cultivaban la historia obrera tradicional (y la historia de las izquierdas como ancilar a la historia obrera) no sólo llevaron a cabo una recepción moderada y recelosa de la renovación historiográfica marxista que tuvo lugar en Europa durante las últimas décadas del siglo XX —de E. P. Thompson y Raymond Williams a Perry Anderson y Stuart Hall—, sino que le dieron la espalda a la revolución historiográfica contemporánea —digamos de Michel Foucault a Ranahit Guha, de Carlo Ginzburg a Michelle Perrot o Joan W. Scott—, no tanto por pereza intelectual sino porque socavaba buena parte de sus supuestos epistémicos. Mientras la historia obrera no daba muestras de diálogo con esta renovación historiográfica vertiginosa a escala global, a fines de la década de 1990 emergía en nuestro continente un campo sumamente heterogéneo pero pujante y productivo de lo que comenzaba a denominarse como historia intelectual. La nueva historia política, la historia de los conceptos, la historia de los lenguajes políticos, la historia de los intelectuales, la historia del libro y la edición, la mediología y sus estudios sobre la grafosfera, la estética de la recepción, entre otras perspectivas, ofrecían herramientas teóricas sumamente productivas para concebir una nueva historia multidimensional de las izquierdas. Una vez rota la cadena explicativa de la estructura económica —de la clase obrera a la conciencia de clase y de la conciencia de clase al partido obrero—, se abría un enorme horizonte poblado de una pluralidad de sujetos sociales, de demandas y de aspiraciones de mejora, transformación o revolución, siempre moldeadas por la formación o la mutación de culturas políticas y de imaginarios sociales, habilitándose así ensayos novedosos de articulación de reivindicaciones, formas renovadas de organización, experiencias colectivas vividas que daban lugar a la construcción de diversas subjetividades. Abierto el horizonte de la imaginación histórica, estas herramientas permitieron poner en cuestión la circulación internacional de los grandes sistemas ideológicos —llámese anarquismo, marxismo, socialismo o comunismo— como unidades homogéneas y transhistóricas, para atender a sus discusiones regionales conforme las culturas políticas del espacio de recepción. Al desplazar el énfasis del momento de la producción intelectual al de la difusión y la recepción, fue posible enfocar el estudio en la experiencia de quienes desde la periferia latinoamericana llevaban a cabo operaciones selectivas y apropiativas de lectura, traducción, edición, difusión, divulgación y recreación. Al repensar la política en términos gramscianos de construcción hegemónica, el universo de la acción militante se expandió mucho más allá de la cuestión de la inserción del partido en tal o cual fábrica o gremio, del éxito o el fracaso de las experiencias de proletarización o de la eficacia político-militar de la acción armada. La nueva perspectiva permitió percibir otras figuras menos visibles de la experiencia militante y, sin embargo, constitutivas de la cultura de izquierdas: periodistas, traductores, editores, impresores, libreros, artistas gráficos, diseñadores, escritores, cursillistas de las “escuelas de cuadros”, entre muchas otras. Incluso las figuras clásicas del militante de izquierda fabril o del combatiente armado, idealizadas en los relatos tradicionales, ganaron en multidimensionalidad cuando se las comenzó a repensar con perspectiva de género, así como una mirada crítica desde los feminismos y los activismos LGTBQ+ incorporó la lucha de las mujeres y evidenció resabios patriarcales y homofobias. Buena parte de la producción sobre historia de las izquierdas que tuvo lugar en los últimos 20 años se nutrió de este tipo de problemáticas y abordajes. Los propios cultores de la historia obrera y partidaria tradicional, ante la necesidad de ofrecer programas más atractivos a los jóvenes investigadores, fueron sucumbiendo al “culturalismo”. Al poner en diálogo la historia de las izquierdas y la historia intelectual, el CeDInCI libraba su batalla programática en dos frentes. Por una parte, postulaba la productividad de las herramientas y las perspectivas de la historia intelectual dentro del campo local de la historia de las izquierdas tradicional. Por otra, introducía la historia de las izquierdas junto con sus herramientas en un campo de historia intelectual hegemonizado por los estudios sobre las élites letradas liberales. Esta última operación se vio favorecida por diversos caminos abiertos por la generación anterior de sociólogos de la cultura e historiadores intelectuales. A modo de ejemplo, podemos señalar para el caso argentino los ensayos de lectura política de la literatura de David Viñas, Beatriz Sarlo y Ricardo Piglia, los estudios de José Aricó sobre la recepción de Marx y del marxismo europeo en América Latina, los escritos de historia intelectual del marxismo de José Sazbón, las investigaciones sobre cultura anarquista y socialista desde la perspectiva de género iniciados por Dora Barrancos, los trabajos de recepción de Jorge Dotti, la proto-historia del libro de Adolfo Prieto o los estudios de sociología de la cultura y de historia de los intelectuales de Carlos Altamirano. Por su parte, Oscar Terán en Nuestros años sesentas (1991) y Silvia Sigal en Intelectuales y poder en Argentina en la década del sesenta (1991), no sólo fueron pioneros en la utilización de revistas culturales para ofrecer sus respectivos mapas político-intelectuales de una década, también abrieron un campo de estudios fructífero con renovadas preguntas relativas a las inscripciones políticas de textos, sus lecturas y sus usos. Sin embargo, dentro del cauce principal que fue asumiendo la historia intelectual en Argentina del siglo XX, este tipo de preocupaciones permanecieron sólo de modo residual. Sus principales referentes fueron desplazando aquel interés por la cultura de izquierdas hacia las culturas y las figuras del liberalismo y el progresismo latinoamericanos. El marxismo, cuya cultura había contribuido a renovar en las décadas de 1970 y 1980 buena parte de los autores mencionados, fue progresivamente abandonado. Muchos cultores de la historia intelectual vernácula adoptaron sin mayor discusión paradigmas muy sofisticados en su crítica al reduccionismo social, pero cuyo objetivo consistía en terminar por diluir cualquier vinculación entre los grandes sistemas políticos y las clases sociales. Es indudable que algunos referentes de la nueva historia intelectual —desde Pierre Rosanvallon a J. G. A. Pocock y Quentin Skinner— erigieron su preceptiva historiográfica en oposición expresa al marxismo de base y superestructura, pero muchos otros —de Perry Anderson y Martin Jay a Enzo Traverso— recuperaron líneas de continuidad y tejieron diálogos productivos con los marxismos críticos y heterodoxos. Como problematiza la Encuesta que acompaña este número de Políticas de la Memoria, fue la historiografía marxista la que procuró vincular producciones culturales con intereses sociales bajo diferentes herramientas teóricas. En efecto, al distinguir la historia intelectual por su historización del léxico político, el trabajo crítico consiste en desarrollar herramientas capaces de reponer una politización que no siempre se da en términos directos. El programa de historia intelectual de las izquierdas del CeDInCI apostó por una recuperación de los marxismos críticos del siglo XX. En esta búsqueda, nuestra revista, siguiendo las huellas del marxismo de José Carlos Mariátegui, exhumó textos inéditos en castellano de Tomáš Masaryk, Georges Sorel, Benedetto Croce, Antonio Labriola y el primer Gentile. En relación con debates recientes, ofreció también un careo entre el marxismo contemporáneo y sus críticos decoloniales. La mera enumeración de los nombres de autores y autoras traducidos en las páginas de Políticas de la Memoria —Peter Burke, Robert Darnton, Jean-Yves Mollier, Vivek Chibber, Philippe Artières, Perry Anderson, Christophe Prochasson, Dominique Kalifa, Gisèle Sapiro, Enzo Traverso, Bruno Groppo, Daniel James, Judith Revel, Roberto Schwarz, Claudio Batalha, Nancy Fraser y Michael Löwy, entre muchos otros— ofrece un repertorio expresivo. Entonces, este programa de historia intelectual de las izquierdas del CeDInCI se fue conformando a través de las decisiones implicadas en la construcción de la biblioteca y el archivo, en la definición de una política de ediciones, en la elección de los ejes en torno a los cuales iban a girar las sucesivas jornadas institucionales. El mero enunciado de los ejes temáticos con que fueron convocadas las Jornadas de Historia de las Izquierdas a lo largo de los últimos 20 años proporciona otro índice elocuente de este programa historiográfico, tal y como se fue desplegando a lo largo del tiempo: “Exilios políticos latinoamericanos y argentinos” (2005); “Prensa política, revistas culturales y emprendimientos editoriales de las izquierdas latinoamericanas” (2007); “¿Las ‘ideas fuera de lugar’? El problema de la recepción y la circulación de ideas en América Latina” (2009); “José Ingenieros y sus mundos” (2011); “La correspondencia en la historia política e intelectual latinoamericana” (2013); “Marxismos latinoamericanos. Tradiciones, debates y nuevas perspectivas desde la Historia cultural e intelectual” (2015); “100 años de Octubre de 1917: Peripecias latinoamericanas de un acontecimiento global” (2017), “Dos décadas de historia de las izquierdas latinoamericanas. Aniversario y Balance” (2019) y “La biografía colectiva en América Latina. Entre los itinerarios individuales y los diccionarios biográficos” (2021). El estudio de Juan Maiguashca recientemente incluido en Marxist Historiographies: A Global Perspective tomaba justamente a las Jornadas del CeDInCI como un índice de la renovación historiográfica latinoamericana de izquierdas. El historiador ecuatoriano, actualmente profesor de la Universidad de York, Canadá, ofrecía un cotejo entre lo que identificaba como dos polos paradigmáticos de la renovación del marxismo historiográfico de inicios de siglo: la revista mexicana Contrahistorias. La otra mirada de Clío, fundada en 2003 por Carlos Antonio Aguirre Rojas, y las jornadas bianuales del CeDInCI. Maiguashca reconocía como notas distintivas del caso argentino la creciente voluntad de exceder los límites de la historia nacional para abrazar un horizonte latinoamericano; la consolidación de un espacio de diálogo que vino a reemplazar “las actitudes solipsistas de antaño”; el rigor en el tratamiento y el citado de documentos; la apertura hacia los diversos marxismos y más allá de los marxismos; y la ampliación del universo de la cultura de izquierdas hacia problemáticas antes negadas o desconocidas como el feminismo, los movimientos sociales, la memoria histórica y, en general, las indagaciones por la subjetividad social. III. Cultura de izquierdas y giro material La noción de cultura de izquierdas fue propuesta por el CeDInCI para redefinir un objeto de estudio complejo como el de las izquierdas históricas, que no terminaba de ser cabalmente aprehendido a partir de nociones como clase obrera, movimiento obrero, trabajadores, mundo del trabajo, clases subalternas, sectores populares o la misma noción de pueblo. Deudora de la teoría crítica, la noción de cultura de izquierdas permitía un análisis orientado tanto a las estructuras simbólicas como a las materiales, al tiempo que evitaba los problemas de hipostasiar un sujeto histórico predeterminado al cristalizar un esquema de dominación exclusivamente estructurado por posiciones de clases. A partir de esta clave de lectura se abría una gran variedad de enfoques para abordar la historia de las izquierdas hacia la historia del movimiento estudiantil, el movimiento feminista y los activismos LGBT+, la historia reciente, el estudio de las imágenes, la historia conceptual, la historia de la literatura, el cine, la música y el teatro, las redes intelectuales, la historia de la lectura, la cultura científica, los problemas de la modernidad y la posmodernidad, la construcción de identidades… En definitiva, se abría una línea de investigación atenta a las zonas de roces, diálogos e interacciones. Frente a las hipótesis que se habían vuelto tradicionales, la reconstrucción de la rica cultura de izquierdas introducía una significativa revisión de la historia política, social y cultural local. Si bien las formaciones políticas de izquierda argentinas no lideraron una revolución como la cubana de 1959 ni participaron en experiencias de gobierno como la Unidad Popular Chilena de 1970-1973 (por citar dos casos emblemáticos), no era posible considerarla

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