Sintra apócrifa : Una cita en el edénico Jardín de Klingsor
2024; University of Northern Colorado; Volume: 39; Issue: 2 Linguagem: Espanhol
10.1353/cnf.2024.a926008
ISSN2328-6962
Autores Tópico(s)Mediterranean and Iberian flora and fauna
ResumoSintra apócrifa:Una cita en el edénico Jardín de Klingsor1 Iván Moure Pazos El tema de Sintra me ha ocupado casi una decena de artículos científicos en revistas y libros académicos nacionales e internacionales. Al acercarme a la relectura de estos escritos, he advertido con sorpresa que la contención sentimental y precisa objetividad esperable de toda producción investigadora, se entrevera de particularidades intimistas en clave lírica al modo de un viejo y anticuado diarista romántico. No eran mis primeros trabajos y esto creo que ayudó a que los editores pasaran por alto algunas concesiones literarias y licencias poéticas ajenas a la objetividad científica que, simplemente, redacté en trance hipnótico de enajenado sentimentalismo. Quizás porque la simple evocación de Sintra obra en mí un milagro inspirador, tan pacificante como clarividente e iluminador. Podría comenzar este ensayo con la misma sentencia apasionada evocada por Richard Strauss en su visita a la sierra: "Hoy es el día más feliz de mi vida. Conozco Italia, Sicilia, Grecia y Egipto, y nunca vi nada, nada comparable al Castelo da Pena. Es lo más bello que jamás he visto. Éste es el verdadero Jardín de Klingsor y, allá en lo alto, el Castillo del Santo Grial". Secundando el entusiasmo de esta declaración, pudiera ampliar el marco geográfico de la primera parte sin alterar el resultado de la segunda. Y es que, ciertamente, resulta difícil encontrar en Italia o Europa un lugar parangonable a Sintra en potencia paisajística, pintoresquismo y evocación romántica (Fig. 1). No me demoraré más en afirmar, en un soplo de valentía y aún a riesgo de resultar tan caricaturizable como risible, que desde joven he estado "enamorado" de Sintra. "Enamorado" de su exuberante vegetación, de su paisaje indómito, de sus senderos y tesoros ocultos, de sus grutas subterráneas, de su aroma a madera vieja en invierno, de su fragancia a glicinia en primavera, de su mar océano, de sus pintorescos acantilados, de sus conventos, iglesias y ermitas, de sus quintas renacentistas, de sus palacios dieciochescos, de sus chalets decimonónicos y castillos regios, de sus fuentes moriscas, estanques, ríos y [End Page 200] piscinas, de sus ruinas, de su decadencia, de su prosperidad, de sus leyendas, historias y fantasmas, de su sombra, de su luz, de su riqueza, de su pobreza… Y es que del mismo modo que el enamorado sufre en la distancia del ser querido, evocando a través del pensamiento la imagen del ausente, menudean los días en que el recuerdo de Sintra actúa como reconfortante bálsamo de su lejanía. Sobra decir que pocos enclaves en el mundo han dejado en mi patrimonio afectivo más honda huella que la villa sintrense. De todos los lugares en los que he residido a lo largo y ancho del mundo, Sintra se revela en mi memoria como una entelequia irreal, a la que inevitablemente retorno sin remedio, rendido y vencido por la perfección de su hermosura. No existe cura, ni se conoce remedio salvífico frente a sus persuasivos galanteos. Seducido por las astucias de su coquetería me entrego con resignación a su noble juego de embelesamiento y, como antídoto al desapego que me produce su ausencia, siempre respondo a su llamada anual. Su voz es la de una hermosa dama culta y engreída perfectamente autoconsciente de su irresistible belleza. ¡Cuántas veces me he adormentado escuchando esa voz susurrante hasta envolverme en la frondosidad vegetal de sus brazos! ¿No es acaso ella la culpable de convertir mis vacaciones en una agradable y continua rutina romantizada? Sobre Sintra podrían escribirse miles de páginas referidas a su historia y patrimonio artístico. No será este el caso, pues, se cuentan por centenas los manuales especializados que contribuyen a la puesta en valor de este maravilloso lugar que ostenta, desde 1995, el rango de Patrimonio Mundial de la Humanidad (UNESCO). Antes bien, me interesa dejar constancia escrita de la enorme extrañeza que ofrece este majestuoso...
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